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EL PROBLEMA DEL MAL Y EL PECADO ORIGINAL EN SAN AGUSTIN 257 b) Concentración antropológica del problema Elemento muy valioso en la explicación agustiniana sobre el origen del mal, es la importancia primera que concede a la referencia antropológica de la pregunta y de la respuesta. Ante la experiencia del mal que sufre, es bueno que el hombre no divague y ya de inmediato concrete la pregunta: ¿por qué hacemos el mal? Con esta pregunta se le urge al hombre a que asuma la parte que le corresponde en la cantidad y calidad del mal que en el mundo se produce. Las ventajas de esta advertencia son claras e impor­ tantes. — Con la pregunta dirigida al hombre mismo que se queja, se corta el camino a la insinceridad. El hombre intenta siempre de nuevo evadir su responsabilidad en la ‘producción’ del mal en el mundo, apelando a la fuerza invencible del destino, de la fatalidad, al influjo de una sustancia mala y ajena que lo domina; al diablo , a otras fuerzas sobrehumanas incon­ trolables; a las estructuras de maldad existentes en el entorno vital. Agustín le advierte: no vayas fuera, en tí mismo brota el mal, en la profundidad de tu corazón, como dice el Evangelio. — Esta referencia antropocéntrica puede también servir de adverten­ cia tanto a los «piadosos» como a los «impíos». Ante la experiencia del mal, de sus excesos, ambos grupos se apresuran a quejarse ante Dios y culpabilizarle por el mal que acontece: ¿por qué Dios consiente esto? ¿por qué me castiga así? Cierto, ante la experiencia global de la miseria humana, llega un momento en que hay que dirigirle a Dios diversas preguntas, pero con sinceridad de corazón y en el momento oportuno: después que el hombre ha eximinado la profundidad de su corazón y se ha aceptado sapiencialmente a sí mismo en su condición de ser finito y caedizo a todos los niveles. Sin embargo, la legítima referencia al hombre, llega a tornarse «reduc­ ción antropológica» abusiva cuando Agustín propone a Adán, elevado a la categoría de «Hombre Primordial», cometiendo el pecado originante de los incontables males que afligen a la humanidad hasta el final de la histo­ ria. Desde un humanismo cristiano más realista, menos idealizante, más respetuoso con la dignidad de cada persona humana, surgen siempre las protestas: — No es aceptable señalar al propio pecado como la causa universal de toda la miseria que angustia al género humano. No es universalmente verdadero el dicho: sufrimos el mal, porque hacemos el mal/pecado. Sub­ íate aquí una «reducción teológica» de todo el inmenso y plurifacético

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