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256 ALEJANDRO VILLALMONTE Los últimos decenios la teoría del pecado original ha entrado en una crisis radical e irreversible que afecta a la totalidad de las vertientes que la integraban. No podía menos de afectar también a este aspecto concreto: a la función que a la teoría se la asignaba de ser una explicación, desde la fe, a la pregunta por el origen de la mísera condición en que vive la huma­ nidad histórica. Es, sin duda, arriesgado enjuiciar en pocas líneas un teoría conceptualmente complicada y tan enraizada en el pensamiento y en el vida de los cristianos. Sin embargo, daremos algunas pistas de reflexión que ayuden a justipreciar el legado doctrinal que el doctor de la Gracia nos legó en el problema que nos ocupa. a) Para una valoración global de la solución agustiniana Desde el horizonte mental: cultural general, religioso, teológico en que nos movemos, parece inevitable decir que la teoría elaborada con tanto ingenio y vigor por san Agustín, se asemeja a un secular edificio que, edificado sobre arena, ahora se ha desintegrado y se ofrece como un mon­ tón de ruinas. De entre ellas una reflexión teológica constructiva puede/ debe rescatar piezas sueltas de valor permanente. Pero sin intentar remode- lar el edificio en su conjunto, perdido de forma irrecuperable. Dicho esto sobre las ruinas del edificio siempre quedará en pie un llamativo tema de estudio en el campo de la historia, psicología, sociología religiosa, espe­ cialmente de la cristiana: dar razón cumplida del hecho enorme de la vigorosa vitalidad de que gozó la teoría durante más de 15 siglos. Me parece que no es viable buscar un apoyo demostrable en la Palabra de Dios. Su verdadera fuente hay buscarla en la fuerza del espíritu humano, individual y colectivo que creó los mitos, símbolos y narraciones populares sobre los orígenes de todos los fenómenos e instituciones humanas. Ante la experiencia de la miseria existencial a que el hombre se siente «sometido», surgen las quejas, protestas, anhelos de liberación que se plasman en los relatos míticos y en las reflexiones sapienciales. Nominalmente el mito, tan extendido y casi universal, de la caída antecedente/ originaria. La Escritura del Antiguo Testamento recoge, reelabora y «transcultu- raliza», según sus propios esquemas mentales, estos mitos ancestrales. Sobre todo los encuadra dentro de su peculiar concepción de Dios, del hombre y de sus relaciones mutuas. Según propia confesión Agustín, antes de ser cristiano y manejar a fondo las Escrituras, ya conocía el hecho del «antiguo pecado» y de la miseria por él provocada. En sus discusiones con los pelagianos necesitó ahondar en el hecho de la caída originaria y en sus consecuencias, para que ante la grandeza de la ruina, se viese mejor la necesidad del Salvador. Esta correlación indisoluble entre radical miseria humana y la acción salvadora de Cristo la percibió Agustín en la experiencia de su conversión.

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