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EL PROBLEMA DEL MAL Y EL PECADO ORIGINAL EN SAN AGUSTIN 255 A esta correlación pena-culpa acude Agustín para justificar su paso lógico desde la miseria humana —sobre todo la de los niños—, a la existen cia de una culpa originante universal de la misma: «Si confesáis la pena, decid la culpa; confesado el suplicio, decid cómo ha merecido » Al. Cierto es que san Agustín podría sentirse bien acompañado por numerosos textos del Antiguo Testamento, donde la correspondencia culpa-pena y castigo- pecado es manifiesta. Pero también lo es que los escritores del Antiguo Testamento son tributarios de la mentalidad mítica, infantil y primitiva a la que hemos aludido. Por lo demás, desde el momento en que Agustín concede a las miserias de la vida el calificativo teológico moral de castigo de Dios , el más elemental respeto a la justicia divina le impulsa a buscar y encontrar el misterioso pecado universal que justifique tales penas, al me nos ante el piadoso creyente cristiano: aquel que, a imitación de Agustín, hace sobre determinados textos de la Escritura la lectura literal e historicis- ta, idealista y ontologizante arriba señalada. 8. La herencia que Agustín nos legó San Agustín pensó que defendía un precioso legado tradicional cuando proponía su teoría de que todas las miserias de la vida proceden del peca do original. Cierto, Agustí recibía y enriquecía notablemente una arraigada tradición cultural-religiosa. Que tal tradición tuviese el origen divinal que él le concedía pienso que no podría admitirlo la teología. Cierto es también el éxito total e inmenso que la teoría agustiniana ha obtenido en la cristian dad occidental. Hasta fecha reciente ha gozado del estatuto de verdad indiscutible: a nivel de la ciencia teológica, de la administración pastoral del Mensaje, del creer y sentir de los fieles. origínale in prospettiva stonco-religiosa, en RevBiblltal 15 (1967) 131-149; Id., Prometeo, Orfeo, Adamo. Tematiche religiose sul destino, il male, la salvezza, Roma 1976; A. VlLLAL- MONTE, o. c., en nota 1, pp. 187-190. Reminiscencias poéticas de esta ancestral creencia pueden percibirse en estos versos que Calderón pone en boca de Segismundo encarcelado: ¡Ay, mísero de mí, ay infelice! pues el delito mayor Apurar cielos, pretendo, del hombre es haber nacido. ya que me tratáis así, Sólo quisiera saber qué delito cometí, para apurar mis desvelos contra vosotros naciendo: (dejando a una parte, cielos aunque si nací, ya entiendo el delito de nacer) qué delito he cometido: ¿qué más os pude ofender, bastante causa ha tenido para castigarme más? vuestra justicia y rigor {La vida es sueño , Jorn. I). 41. Cont.Jul., III, 12, 25: PL 44, 715; C.Jul.Op.Imp., D, 66: PL 45, 1170. Cfr. Ibid., VI, 27 («ideo convincuntur rei esse quoniam miseri»); Cont.Jul., III, 6, 13; De Lib. Arb., III, 15, 43-44; Enar in Psal ., 58, 13: PL 36, 701.
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