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254 ALEJANDRO VTLLALMONTE idealizantes del neoplatónico Agustín. Su formación refinada dentro de la cultura greco-romana, le alejan del primitivismo residual, jurídico/moral que todavía se puede percibir en el «púnico» obispo de Hipona. Al menos en su impulsiva defensa del pecado de Adán como fuente de todos los males. Por lo demás, la afirmación de la responsabilidad y valor del indivi­ duo, de la persona sobre la tribu y la colectividad, pertenece a la originali­ dad y a la sustancia del mensaje del Nuevo Testamento sobre el hombre. c) Secreto influjo del 'mito de la pena’ Señalamos aquí otro de los presupuesto culturales que, desde el sub­ consciente colectivo, operan en san Agustín al querer dar razón de por qué existe tanta miseria en la historia humana. Nos referimos a lo que se ha llamado el mito de la pena 39. Esta vaga y pluriforme figura de la historia de la cultura: de las religiones, del derecho, de la moral —podría describirse como la convicción—, arraigada en el estadio primitivo de tantas culturas de una correlación rigurosa entre el pecado y el castigo, la culpa y la pena. Ambos miembros de la correlación marchan en irrompible simbiosis, se acompañan como el viajero y su sombra. El «pecado» y la «culpa» admiten diversos grados de desarrollo: transgresión de tabúes familiares, sociales; de prohibiciones mágicas y religiosas; por quebrantamiento de normas rituales, morales, hasta llegar al concepto de ‘pecado’ como transgresión de la ley de Dios. En cualquier caso, según los profesantes del mito de la pena, existe una especie de trascendental 'ley del talión\ en virtud de la cual el que quebrante el orden, debe ser reducido al orden por medio del castigo. Esta seguridad sobre la correlación culpa-pena y, a la inversa, del sufrimiento con la culpa, tiene todas las señales de ser un residuo de experiencias y recuer­ dos infantiles, en los grupos humanos y sociedades primitivos. En efecto, el niño no dispone de una conciencia moral interiorizada, objetiva y diferenciada que le permita discernir personalmente entre el bien y el mal. Para él, es malo aquel comportamiento que observa es «castigado», de cualquier modo, con el desamor de sus padres o tutores. Es buena la conducta que es premiada con amor y estima. Cuando la figura paternal es sustituida y sublimada con la idea de la divinidad, surge la convicción de que el buen Dios no puede afligir a los hom­ bres con cualquier tipo de sufrimientos, sino es por que el hombre ha incurrido en alguna culpa: voluntaria-involuntaria; ritual-moral; en la existencia o en la preexistencia. Incluso «el delito de haber nacido», como expresa bella y poética­ mente Calderón de la Barca 40. 39. Ver informes y comentarios en E. CASTELLI (edit.), Le mythe de la peine , París 1967. 40. Sobre este tema, tan ocurrente en los mitos, puede verse el estudio de U. BlANCHl, Peché originel et péché «antécédant», en RevHistRel 169/179 (1966) 117-126; Id., Sul parala

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