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252 ALEJANDRO VILLALMONTE misma línea hacemos algunas observaciones que ayudarán a desvelar los presupuestos culturales desde los cuales trabaja espontáneamente el doctor de la Gracia. Seguramente después de estas observaciones, la teoría agusti- niana nos parecerá más débil e inaceptable; pero aparecerá más «explica­ ble» dentro de la circunstancia vital toda entera en que fue elaborada. a) Los males del mundo como «castigo de Dios» Para iniciar una reflexión ‘por sus últimas causas’ sobre el problema del mal, parece obligado partir de la experiencia del mal que padecemos o del mal que hacemos, como lo hace san Agustín. Sin embargo, nos pare­ ce un apriorismo injustificado el que inmediatamente y ya de entrada, a este mal que hacemos, o miseria que sufrimos, se les dé un calificativo teológico tan denso de contenido y comprometedor como el de «castigo de Dios». En los escritos de Agustín aparecen estas tres interpretaciones de la experiencia del mal/sufrimientos que ocurren en la vida: pueden calificarse de «connaturales» a la naturaleza humana. Así los interpretaban con realis­ mo sobrio y serenidad mental los filósofos de orientación aristotélica y estoica. En esta dirección se encuentra el humanismo hondamente cristiano —en este aspecto—, del obispo Juliano de Eclana. Otros teólogos cristia­ nos orientales pudieran estar en esa línea. La tradición cristiana anterior a Agustín y tal vez círculos culturales no cristianos —veína en las miserias de la vida un castigo de Dios por el pecado originario de Adán. Como sabemos es una novedad agustiniana el llamar castigo-pecado a esta miseria. Agustín no podía admitir que las miserias de la vida fuesen connaturales al hombre. Por motivos teológicos profundos y decisivos a su modo de ver. Decir que los sufrimientos de la vida son naturales al hombre es ir abiertamente contra la Escritura que dice, según lee la tradición, que Dios hizo al hombre feliz y perfecto en el paraíso. Por tanto, la miseria que ahora le esclaviza no puede decirse «natural»: es castigo del Dios justo por el pecado del hombre. Por otra parte, si se dice que son «naturales» al hombre, es atribuirle al Creador el mal inherente al ser humano. Con lo cual, aunque sea de malgrado, se favorece la tesis maniquea. Como se ve el calificativo teológico de las miserias de la vida como castigo de Dios, carece de sentido, es puro apriorismo si no es para creyentes cristianos que, además de historificarla, añadan una lectura idealizante y sublimadora de la narración de Gn 2-3 sobre el estatuto teológico y privilegiado de la humanidad originaria. Calificadas las miserias de la vida como castigo de Dios, ya conocemos el mecanismo argumentativo para señalar en el pecado original la fuente de todos esos males.

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