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250 ALEJANDRO VILLALMONTE cuando empiezan a crecer... El origen de este pecado viene de la voluntad de un pecador: existió Adán, y en él todos existimos; pecó Adán y en él todos perecim os 32. En qué pueda consistir ese enigmático «castigo-pecado» Agustín lo dejó sumergido en la honda y oscura sima del misterio y ahí sigue después de 15 siglos33. Aunque no ofrezca una definición en el sentido técnico, pero sí ofrece algunas frases descriptivas de la naturaleza —del ser y del operar—, de este pecado-castigo. Se le califica de «herida-morbo-defecto- desorden-vicio en la naturaleza humana». Señal de su presencia ahí es la libido-concupiscencia— ley de la carne, que crea en el hombre la dura necesidad de pecar. Pero, ¿cómo sabe Agustín que existe este tipo de pecado en cada hombre que entra en la existencia y precisamente como castigo por un pecado anteriormente cometido? Se apoya en el hecho que describe la Escritura en varios pasajes, en que Dios entrega a ciertos pecadores a sus propios pecados. Así lo afirma san Pablo en Rm 1, 18-32; y en el caso del Faraón y de otros destacados impíos a quienes Dios endurece el corazón. En estos casos Agustín ve claro que el pecado es castigo divino por el pecado anteriormente cometi­ do. Juliano de Eclana niega la paridad de este hecho —ya de suyo bien misterioso y nada fácil—, con el de los niños que nacen culpabilizados por el pecado de otro lejano antepasado. Faraón es castigado con el abandono de Dios a cometar más pecados por decisión de su propia libertad. No es homologable este hecho con el caso de los niños, donde el pecado-castigo se les impone sin concurso alguno de su libertad personal. San Agustín no se arredra ante la dificultad. Reconoce la índole miste­ riosa de tal hecho, pero lo encuentra reiteradamente afirmado en la Escri­ tura donde dice que todos pecaron en Adán (Rm 5, 12-21), y que como todos han sido vivificados en Cristo, todos han muerto previamente en Adán (I Co 15, 22). Pero fiel a su programa de entender lo creído, busca razones que hagan comprensible el hecho. Parte, en primer término, de reconocido por la tración cristiana: que los sufrimientos de la vida son castigo del pecado de Adán. Esto se ve con la máxima claridad en la miseria 32. C.Jul.Op.Imp., I, 47. C./«/., V, 9, 35s; VI, 1, 2: PL 44, 641-874. 33. El misterio del pecado original, en su vertiente teo-lógica , lo centra Agustín en la insondable «Justicia de Dios», en la línea de Rm 9, 20-29 y 11, 32. Desde la vertiente antropo­ lógica, en el misterio del «Hombre Primordial-Adán», en su voluntad y en sus lomos. El escepticismo del teólogo actual frente al «misterio» del pecado original lo expresaba con fina ironía el P. Valensin escribiendo confidencialmente a Teilhard de Chardin. El dogma del pecado original era para él «una arqueta cerrada en cuyo interior creo que hay algo, porque la Iglesia me lo dice, pero estaría dispuesto a esperar trescientos años antes de saber lo que es». Citado por E. COLOMER, El hombre y Dios al encuentro , Barcelona 1974, 272.

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