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244 ALEJANDRO VILLALMONTE de profundidades y preocupado por desvelar, en todos sus secretos, el misterio del ser humano, encuentra Agustín que la máxima miseria huma­ na, derivada como castigo del pecado adánico, es el fuerte desgarro interior y la «dura necesidad de pecar» en que el hombre se encuentra actualmente, impuesta por la Libido desenfrenada19. Con el recurso a la ‘teología de Adán' Agustín superaba la solución maniquea al problema del mal/pecado. El mal no entra en el mundo por imposición de un Principio malo opuesto al Dios creador bueno; ni opera en el hombre por necesidad fatal; ni, sobre todo, hay que declarar irredimi­ ble al hombre que lo sufre. Respecto al clamor y protesta de los inocentes, Agustín lo declara vano, ilusorio, ya que no hay nadie inocente, ni siquiera el niño en el seno de su madre. Todos han pecado y, por cierto, voluntaria­ mente, en la voluntad del primer hombre: todos eran un solo hombre pecador y una única voluntad pecadora en la persona y en la voluntad de Adán. Agustín ni pudo ni quiso abandonar su tesis inicial de que todo mal/pecado existente en el mundo proviene de la voluntad libre del hom­ bre y es castigo divino por su mal comportamiento voluntario20. La propuesta agustiniana de explicar el origen y contenido del mal recurriendo a la libre decisión de Adán encuentra aquí su calvario. El intento de meter en la voluntad de UNO solo la voluntad de todos se ha valorado por muchos como una tarea de Sísifo. Justificar la voluntariedad del pecado original-originado ha sido calificado como rigurosa «crux theologorum». En ella siguen crucificados los teólogos cristianos después de 15 siglos. Es difícil evitar la sospecha de que, el ponderar la miseria del hombre al nacer era un tópico entre los escritores paganos y cristianos de entonces, A. GOULON, Le malbeur de l’homme á la naissance. Un théme antique chez quelques Péres de l’Eglise, en RevEtAugust 18 (1972) 3-26. 19. «Afirmo que la concupiscencia de la carne llamada libido, la que hace que la carne luche contra espíritu, es mala» (O. c., III, 167 y ss). Se apoya siempre en Rm 7. Su experiencia personal al respecto la relata en Con/., VII, 3, 5: VII, 5, lOs, VIII, ss. De perf.iust.hom., IV, 9: PL 44, 296. C.Jul.Op.Imp., I, 107; V, 47, 52: II, 15; III, 110, 112; I, 52, 59, 62. 20. En las Retractaciones (426/427) en medio de la controversia pelagiana, precisa la voluntariedad verdadera, pero peculiar del pecado original: «Dije también: el pecado no reside en otro lugar sino en la voluntad. Los pelagianos pueden pensar que tal afirmación favorece su punto de vista, pensando en los niños. Niegan ellos que los niños tengan pecado original... pues no han usado aún de la libertad personal. Como si el pecado que afirmamos que contraen en Adán ya al nacer, y que les implica en la culpa de él, y que les hace reos de castigo, pudiera haber existido alguna vez sino por la voluntad. Fue cometido voluntariamen­ te cuando tuvo lugar la trasgresión del precepto divino (en el paraíso)... Por eso, el dicho ‘el pecado que no reside sino en la voluntad’ ha de entenderse, ante todo, de aquel pecado por castigo del cual entró el pecado en el mundo... En conclusión, es totalmente verdadero que no puede haber pecado sin voluntad... Ya en el momento de la obra, ya en su origen» (Retract., I, 15, 2: PL 32, 608, ib. 5, 610). Porque hay diversos grados de voluntariedad (C.Jul.Op.Imp., V, 40). «Todos pecaron por la mala voluntad de aquel hombre, porque todos éramos uno, del cual todos traen el pecado original, del cual él fue voluntariamente culpable» {De nupt et conc.y2, 5, 15: PL 44, 444. C.Jul.Op.ImpIV, 90).

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