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194 JOSE LUIS PRIETO SANTOS El final de la metafísica en su principio, le acompaña siempre por pertenecerle intrínsecamente, radicalmente. No pertenece a un hoy, a un ahora que aparece en un determinado momento histórico. Su final, su cierre o clausura (Derrida), es permanente. El pensar su esencia de raíz, radicalmente, obliga a la metafísica a su propia disolución, en el intento de comprender aquello que desde ella misma ya no puede ser compren dido. La hipótesis de Nietzsche que propone a la voluntad de poder como interpretación, como pluralidad de interpretaciones (Wolfgang Müller- Lauter) pertenece a la forma en que la metafísica se autodisuelve, en su pretensión de «verdad», de ser frente a apariencia, de permanencia frente a infinitud de interpretaciones. La unidad de la voluntad de poder es compatible con su pluralidad porque no representa ya una unidad sustan cial, sino simplemente estructural. Del mismo modo, la tesis-interpretación que propone «la doctrina del eterno retorno» no debe de ser tomada como tesis metafísica acerca de la esencia de la temporalidad, y por lo tanto, no es un concepto que se pueda entender teóricamente, sino que, más bien, apunta a una decisión, de carácter experimental, que implica un cambio práctico radical del modo de ser del hombre, liberándolo de las estructuras de dominio propias de la conciencia, al destruir la concepción lineal del tiempo sobre la que esta conciencia se funda. Por lo tanto y para finalizar este breve apunte, donde espero se me excuse la reducción de términos y análisis que me he visto obligado a llevar a cabo ante la premura de tiempo; podemos decir que: Hablar de la metafísica como final, más bien corresponde aún, a un modo de pensar «metafísico», anclado en una visión ontoteológica de la historia, que no a un pensamiento que se pone en juego como «supera ción», aún a riesgo de no ser comprendido. El «final», la clausura o cierre de un modo de pensar en un determina do momento de la historia, es comprensible, tan sólo, desde el punto de vista del sujeto metafísico, el cual está habituado a concebir la historia como provocada por la separación de ser y sentido. Es precisamente esta escisión entre ser y sentido, lo que a nuestro modo de entender constituye, en líneas generales, una característica esen cial del pensamiento metafísico, ante la cual se enfrenta el pensamiento de Nietzche proponiendo su superación a través de tesis que implican tanto a la voluntad de poder como el eterno retorno. Pero Nietzsche, pensamos, no propone una superación histórica, es decir, una simple inversión meta física, sino que su planteamiento filosófico, y quizás aquí nos encontremos también con el último Heidegger, se dirige más bien, a una actitud perso-
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