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HEIDEGGER EN LA FILOSOFIA ESPAÑOLA 187 4. Conclusiones La confrontación de las filosofías de Ortega y Zubiri con la de Heideg- ger resulta sumamente reveladora y está lejos de ser otro diálogo de sordos, a los que no son reacios los filósofos. Dado el carácter decisivo de las exigencias emanadas de Heidegger, esta referencia permite ver los propósi­ tos y las metas implícitas en otras filosofías y, al mismo tiempo, medir la altura de su nivel histórico. A su vez, las filosofías de Ortega y Zubiri iluminan, de maneras distintas, el alcance del planteamiento de Heidegger, sus supuestos y sus posibles limitaciones. No se trata aquí de preferir una de estas filosofías a las otras dos ni de establecer sobre ellas un juicio definitivo de valor. Es mucho más instructi­ vo observar cómo esas filosofías se diversifican a partir de un tronco co­ mún, de problemas similares y de propósitos intelectuales alimentados por un común horizonte filosófico. Si nos referimos ahora a los casos concretos de Ortega y Zubiri, Hei­ degger se presenta como un revelador privilegiado de sus semejanzas y diferencias. Desde ahí es fácil ver que, cualesquiera que sean los parentes­ cos en temas concretos, Ortega y Zubiri desarrollan dos filosofías que arrancan de ámbitos experienciales irreductibles entre sí y, por tanto, pre­ sentan dos opciones distintas y no susceptibles de cualquier síntesis apresu­ rada, como más de una vez se intentó mediante sincretismos inconsistentes. No tiene nada de extraño que, tal como a veces se ha insinuado, Hei­ degger haya servido como manzana de discordia entre Zubiri y Ortega. Si se observa la actitud de ambos, es perfectamente lógico que tales discre­ pancias hayan podido existir; del mismo modo, no se trata de meras «ha­ bladurías», sino de algo que arranca de sus respectivos puntos de partida y revela la orientación diversa de sus respectivas filosofías. Por ello, no es extraño ni despectivo que, a partir de los años 30, Zubiri haya ido perdien­ do progresivamente interés en la obra orteguiana, sin que ello signifique que esta pierda su enorme capacidad de suscitar problemas filosóficos. Al final, Ortega respondió al desafío heideggeriano escamoteándolo por otro camino y a Zubiri esto debió de parecerle insuficiente; pero tampoco Orte­ ga pudo comprender el modo según el cual Zubiri hacía fecundo el estímu­ lo heideggeriano por lo que sospechó —con razón—que ello iba en detri­ mento de lo que F. Romero llamo su «fejatura espiritual» en la intelectua­ lidad española. Antonio P intor R amo s

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