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174 ANTONIO PINTOR RAMOS núcleo de su filosofía era la verdad como esencia del hombre concebido como lumen naturale, él, no Dios»51. Esta perspicaz anotación de Gaos nos va a servir aquí de hilo conductor para una interpretación que desbor­ da la del propio Gaos. De modo inmediato, nos remite a un importante pasaje de Zubiri, en el cual, comentando precisamente el citado estudio de Ortega sobre las dos metáforas que compendian la filosofía occidental, proponía una nueva metáfora específica del mundo contemporáneo: «De esta suerte, tal vea ha llegado la hora en que una nueva metáfora, también antigua, imponga, no sabemos por cuánto tiempo, su feliz tiranía. No se trata de considerar la existencia humana, ni como un trozo del universo, ni siquiera como un envolvente virtual de él, sino que la existencia humana no tiene más misión intelectual que la de alumbrar el ser del universo; no consistiría el hombre en ser un trozo del universo, ni en ser su envolvente, sino simplemente en ser la auténtica, la verdadera luz de las cosas. Por tanto, lo que ellas son, no lo son más que a la luz de esa existencia humana. Lo que (según esta tercera metáfora) se ‘constituye’ en la luz no son las cosas, sino su ser; no lo que es, sino el que sea; pero, recíprocamente, esa luz ilumina, funda, el ser de ellas, de las cosas, no del yo, no las hace trozos míos. Hace tan sólo que ‘sean’; en photí, en la luz, decían Aristóteles y Platón, es donde adquie­ ren actualmente su ser verdadero las cosas»52. Centrar el problema en la verdad significa no sólo evitar las interpretaciones nihilistas de Heidegger, sino también esquivar las interpretaciones antropologistas; esto segundo no lo ve claramente Gaos y necesita ser explicado. A simple vista, la centralidad de la verdad podría llevar a sospechar una vuelta a la moderna prioridad del conocimiento. Pero justamente en este punto la gran aportación de Heidegger consiste en explicar lo mismo el conocimiento que la ontologia a partir de la estructura ontològica del Dasein y eso hace que la cuestión de la verdad tenga que desplazarse desde el ámbito lógico del juicio al de las condiciones ontológicas que hacen posible toda verdad en el conocimiento. Por ello, la verdad deja de ser una cuestión sustantiva (Obsérvese ahora lo extraño de la aludida separación que hacía Ortega de este tema) y se convierte simplemente en una dimen­ sión que abarca todo tipo de relación del hombre con lo real, lo mismo lo Vorhandenes que lo Zubandenes, lo mismo la existencia «inautèntica» que 51. Confesiones profesionales, cit., p. 72. 52. NHD, 286. También aquí puede observarse la distancia de Zubiri respecto a Ortega; este, en una conferencia entonces no publicada, proponía como tercera metáfora alternativa la de los Dióscuros, los dii consentes que nacen y mueren juntos; véase los datos en mi citado ‘La maduración de Zubiri y la fenomenología’, pp. 329-331.

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