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154 ANTONIO PINTOR RAMOS al margen de sus propias posiciones, su manera de plantear los problemas filosóficos significa un punto sin retorno y, por tanto, determinan lo que Ortega llamaba un «nivel» filosófico. En el terreno de la metafísica, Hei- degger es uno de esos filósofos, aunque sólo sea porque su «destrucción» de la «metafísica» es tan radical (mucho más que las críticas neopositivis- tas) que ya no se puede prescindir de ella. El problema, por tanto, es la eficacia filosófica que la presencia de Hei- degger tiene en la filosofía española y no tanto la presencia de discipulados más o menos ortodoxos (cosa que, hasta donde alcanzan mis conocimien tos, no existe); el problema es la actitud filosófica por él suscitada o esti mulada. Me ceñiré a los dos casos concretos de Ortega y Zubiri porque parecen los casos más importantes de esa presencia; además, su examen resulta instructivo porque ambos adoptan posturas muy distintas que sólo pueden explicarse por la diversidad de sus respectivas filosofías. Me ceñiré también a los límites cronológicos marcados por el año 1927, fecha de publicación de Sein und Zeit, y 1951, fecha en que aparece la adaptación española (prefiero no llamarla «traducción» en sentido estricto) de esa misma obra por obra de J. Gaos. Es cierto que el tema no concluye ahí ni está hoy concluido, pero quizá se me acepte que la elegida es una unidad relevante y significativa. 1. La penetración de Heidegger en España Hoy no extraña especialmente la rápida repercusión de la obra de Hei degger en España ni siquiera la notable difusión de esa presencia; no extra ña porque ya tenemos datos suficientes para saber que no se trata de un azar afortunado, sino que puede insertarse dentro de unos cauces y una actitud perfectamente puesta a punto cuando la publicación de Sein und Zeit en 1927 hace de Heidegger el nombre más discutido de la filosofía alemana. Nadie desconoce que una parte importante de la labor de Ortega, secundado por colaboradores y discípulos, es una pedagogía filosófica de España en la que, buscando contrarrestar nuestro secular aislamiento, se utilizan como instrumento las filosofías extranjeras últimas y, más en con creto, las filosofías alemanas que Ortega, acertadamente o no, creía las más vivas y fecundas. La formación de Ortega en Marburgo le colocó en unos caminos dentros de los cuales el encuentro a su debido momen to con Heidegger es perfectamente natural. En este sentido, Ortega está constantemente alerta y es un perfecto «sismógrafo» de los movi mientos intelectuales de su tiempo, por tomar un término de C. Morón
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