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HEIDEGGER EN LA FILOSOFIA ESPAÑOLA 169 Sin embargo, la crítica de Ortega podría ser muy valiosa si quisiese poner de relieve la encrucijada a la que aboca el camino de Heidegger e incluso si se buscase ir más allá para salvar esa encrucijada por caminos distintos a los que aparecerán después de la Kehre; pero lo que hace en realidad Ortega es traer las cosas más atrás para que la encrucijada no se dé, en el fondo porque él conserva demasiadas cosas de esa modernidad que quiere «superar» para aceptar sin reservas el osado gesto de Heideg­ ger. Lo que queda en entredicho en mi opinión es que exista entre Heideg­ ger y Ortega esa plataforma común sobre la que se levantarían sus filosofías alternativas; en una palabra, Ortega era aún «demasiado moderno» para aceptar sin reservas el vuelco propuesto por Heidegger y, a la luz de este, su filosofía sigue perteneciendo al ámbito ya fenecido de la «metafísica» con el conocido juego de una ontología regional (en este caso de la vida humana) hipostasiada en una metafísica general. Sin embargo, existe un punto en el que no se ha insistido suficiente­ mente. La presencia de Heidegger y sus novedosos análisis históricos obli­ gan a Ortega a recomponer su cuadro de la línea fuerte de la historia de la filosofía, inicialmente heredada del neokantismo de Marburgo. Debe ser Heidegger quien le hace caer en la cuenta de que el planteamiento de Husserl pertenece a la época ya superada del idealismo, que «el término ‘conciencia’ debe ser enviado al lazareto», como dirá con frase expedita en 193439, pues la consabida referencia al carácter «ejecutivo» de la concien­ cia significa poco hasta que se determina bien el alcance de esa ejecutivi- dad. Por ello, no es extraño que las críticas a Heidegger aparezcan concen­ tradas en un libro que, titulado La idea de principio en Leibniz, habla fundamentalmente de Aristóteles; las fuertes distancias que Ortega toma respecto a Aristóteles y los aristotélicos posiblemente se dirijan contra los escolásticos40, pero al mismo tiempo significa un distanciamiento de una línea filosófica como la que reivindicaba Heidegger y de su estilo de hacer filosofía; frente a ello, se reivindica a Platón42, que quizá es un dardo envenenado contra el modo heidegeriano de «repetir» la historia de la filosofía. En resumen, la presencia de Heidegger significó un desafío para Orte­ ga porque le obligó a estructurar su propio pensamiento de tal modo que 39. Prólogo para alemanes, cit., p. 51. 40. Cómo pone de relieve N. R. Orrigner, ‘La crítica de Ortega a Aristóteles y sus fuentes’, Cuadernos salmantinos de Filosofía 11 (1984) 557-598. 41. Ya en unas notas históricas publicadas en ¿Qué es conocimientos?, cit., pp. 161-184. ¿Vuelta a la visión de los neokantianos de Marburgo? 42. Cf. La idea de principio en Leibniz, Passim.

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