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168 ANTONIO PINTOR RAMOS substituir «al sencillo y natural término ‘vida’ con la arbitrariedad temino- lógica que siempre fue frecuente en los pensadores alemanes»34, eso sería acertado si el Dasein heideggeriano pudiese entenderse adecuadamente como «vida» o si este término significase alguna ganacia sobre el heidege- riano. No deja de ser sorprendente la insistencia en esta crítica, cuando con motivo del Coloquio de Darmstadt, Ortega presenta un estudio muy acertado de las peculiaridades estilísticas y del talento lingüístico de Hei­ degger, al que alaba sin tapujos. Más grave es la otra acusación. Ortega tacha a Heidegger de no haber sabido resolver la cuestión del ser: «El hecho es que, pese al anuncio y a los torniscones que padece el lector tropezando con este término en el libro, Heidegger no se ha planteado originariamente el problema del Ser, sino que una vez más, ha procurado clasificar los distintos tipos de Ente, ha añadido un nuevo que llama Dasein, aprovechando el manejo en ale­ mán, del doblete latino de Dasein que es Existenz; en fin, cargar la atención —y esto es lo más fértil de su obra—sobre el «modo de existir» este ente, si bien olvidando anucluear el modo de existir de los otros tipos de Ente»35. A falta de ello, la reiteración del término se reduce a «inflacción del concepto de Ser » 36 e incluso se pone en cuestión el relieve filosófico de la «diferencia ontologica», del distanciamiento respecto al sustancialis- mo o de sus análisis de la historicidad. Todo ello sería muy razonable si Desein equivaliese a «vida» y el si el término Existenz correspondiese al acto de existir como contrapuesto a esencia; eso es lo que insinúa Ortega, pero eso no lo dice Heidegger y no aclara mucho las cosas buscar ampliar la crítica para que incluya a «los jóvenes de Montmartre que hoy tocan de oídas la guitarra del existencialismo»37. Esta crítica llega a su extremo cuando Ortega se cree legitimado para fragmentar el pensamiento de Hei­ degger en análisis parciales independientes; cualquier conocedor del filóso­ fo alemán deberá sentirse estupefacto ante el hecho de que, negando toda viabilidad a su proyecto ontologico, Ortega vuelva contra el propio Hei­ degger la radicalidad alcanzada en el problema concreto de la verdad: «En este sí se ha ido a fondo y ha descendido a la región donde están sus raíces»38. Lo que esto muestra, a contrario, es que Ortega leía a Heidegger en fragmentos y desde una estructura filosófica que no es la heideggeriana. 34. La idea de principio en Leibniz, cit., p. 277. 35. Id. , p. 276. 36. Id. , p. 272. 37. Id. , p. 275. 38. Id. , p. 279.

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