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HEIDEGGER EN LA FILOSOFIA ESPAÑOLA 167 Todos los estudiosos parecen aceptar que Unas lecciones de metafísica (1932-33) significa el momento culminante de la presencia de Heidegger en la obra de Ortega. Este intenta allí una síntesis de los fundamentos metafísicos de su filosofía, en la cual no sólo tienen acogida numerosos temas concretos del pensamiento de Heidegger, sino que la misma ordena­ ción sistemática está inspirada en el filósofo alemán. Si en esto ya se ha insistido suficientemente, los estudiosos tienden a pasar por alto que esa asimilación se hace dentro de un substrato intelectual básico que queda por detrás del nivel exigido por el planteamiento de Heidegger y, por tanto, el intento de apropiación por vía de trasposición se salda con el fracaso de dos cosas inconmensurables, sin que siquiera obtuviese la acep­ tación de los filósofos en aquel momento más próximos a Ortega. Es com­ prensible, por ello, que a partir de ese fallido intento de síntesis Ortega vaya a acentuar los rasgos distintivos de su propia filosofía, enfrentándola en actitud de competencia con la otra filosofía disinta, la de Heidegger. Desde este momento, Ortega mantiene su admiración por Heidegger, pero —dicho de un modo muy somero—hace oídos sordos a la idea básica del filósofo alemán según la cual el ser transciende de todo ente, por lo que Ortega nunca sobrepasó las interpretaciones «antropologistas» de Hei­ degger. Si lograse refrenarle en ese terreno, piensa que ahí puede competir con él de igual a igual e incluso con ventaja gracias a una concepción más rica, menos patética, menos tétrica de la vida humana. Por ello, no me parece nada extraño que a partir de 1933-34 la actitud de hostilidad domi­ ne ampliamente. Tengo alguna duda de que el pensar existencial, al que en 1934 califica de «equívoco» en contraposición a la «filosofía de la razón vital»33, sea el de Heidegger si no es por extensión, cuando el destinatario directo parece ser Kierkegaard; si el destinatario fuese en efecto Heideg­ ger, quizá no debería olvidarse que en ese momento era conocido pública­ mente como el rector militante nazi de Friburgo. Como puede esperarse, la referencia a Kierkegaard lleva a Ortega a olvidarse de la reclamación sobre la «primacía» de «existencia» y ahora lo que se reclama es la «razón vital», cosa de la cual Heidegger no habló jamás. A partir de aquí, las críticas se hacen más extensas e incluso dan la impresión de un Ortega a la defensiva que reparte dardos indiscriminada­ mente y de manera no siempre coherente. Uno de esos tópicos es el lengua­ je de Heidegger, retorcido artificialmente en un ejercicio de furor teutoni- cus; pero alguna de esas críticas resulta más reveladora de lo que Ortega quisiera: cuando reprocha a Heidegger el término crucial Da-sein para 33. Prolog para alemanes, cit., p. 47.

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