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166 ANTONIO PINTOR RAMOS de la temeraria identificación de «ser» con «objeto». Sobre ello, probable­ mente algún erudito estudioso de Ortega podrá inventariar los lugares en los cuales esta presencia de Heidegger en este escrito de Ortega se hace operante. Aquí es mucho más importante otro punto. El orden de ideas de este texto, a pesar de lo que podría esperarse del título, niega primacía al ser o al conocer y deriva ambos a partir de un análisis de la vida humana, con lo que la guía ontológica no sería ya el ser como tal, sino la pregunta por el ser desde la vida y sus estructuras. Ortega reconoce sin aspavientos la proximidad de sus análisis con los de Heidegger, pero de nuevo reitera la reclamación de primacía con una intrigante apostilla: «Algunos jóvenes españoles que ahora se entusiasman muy justamente con Heidegger no hubieran hecho nada superfluo dedicando cinco minutos a reflexionar no más que sobre el significado de la expresión ‘razón vital’, que es resumen programático de El tema de nuestro tiempo»n . ¿Un infantil ataque de ce­ los? ¿Quiénes podría ser esos «jóvenes españoles» que tanto se «entusias­ maban» por Heidegger hacia 1930, cuando ni siquiera se había publicado en español un solo estudio o una sola traducción de tan difícil filósofo? Pienso que Zubiri y Gaos tienen todas las posibilidades de ser los destina­ tarios de la queja32. Si obviamos la anécdota, de dudoso gusto, quizá hay en ello algo más importante. Es verosímil que, en contacto con esos «jóvenes», Ortega haya entrevisto la posibilidad de una interpretación de Heidegger mucho más radical y que entonces el supuesto de toda su lectura —el tronco común de problemas en los que se insertaba Heidegger y él— se resquebrajase; si esto se imponía, su filosofía quedaría también engullida por la de Heideg­ ger como un momento efímero entre el declive de la modernidad y la apertura de nuevos caminos. Ortega se apresura rápidamente a taponar esa posible vía de agua en su barco, se empeña a sustantivar el análisis de la vida humana como centro de toda la filosofía de Heidegger y lanza envenenados dardos a la defensiva contra las incitaciones existentes en la obra del filósofo alemán hacia vías ulteriores. 31. Id., p. 153. 32. Concuérdese esto con lo dicho por J. Gaos, Confesiones profesionales, cit., pp. 60, 63-64, y la hipótesis quizá parezca plausible. Si fuese lícito prolongar la línea, podrían identi­ ficarse los destinatarios de las quejas contra el poco aprecio de sus discípulos, esta vez incluso con palabras algo gruesas, que Ortega apelotona en La idea de principio en Leibniz (Obras complets, t. VIII, cit., pp. 275, 292-293, 304, 306-307), e incluso podría sospecharse razona­ blemente que la actitud hacia Heidegger está en el centro de la querella.

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