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ARTEMIS Y CIBELES 141 Al contrario: «mano» crea de consuno, cual comarca que establece límites, hombre y cosa. Con esta peraltación de la mano cae la distinción «evidente» entre cuerpo y alma. La mano no es una parte del cuerpo, sino el límite activo que separa mi cuerpo (Leib) de los cuerpos (Körper). La mano no está dentro ni fuera; no está en el espacio (porque «espacio» es una inven­ ción abstracta y moderna que diluye en una forma a priori los distintos e irreductibles lugares en los que se espacian y conectan acciones y actos); la mano abre espacios posibles. La mano no se toca a sí misma: toca y, en ese tacto, nota la diferencia entre un hacer y un resistir. La mano empuña y ofrece, se pliega en oración, se abre y levanta para aunar voluntades (bajo la forma pavorosa de la dominación imperial) o se cierra como puño (bajo la forma ambigua de la hosquedad retraida y retrayente, aunque a la vez quiera significar, de nuevo, el aunamiento de voluntades, como si los indivi­ duos significados fueran miembros de un mismo puño: (Gattungswesen). La mano trabaja (sólo el Hombre cree que «se» trabaja «con» ella); por eso Heidegger intenta abolir la distinción (a su entender, responsable de la división en castas sociales) entre trabajo intelectual y trabajo manual, en estrecho paralelismo con el hombre nuevo propugnado por el marxismo como integridad de sentido (recuérdese el trabajo en las zafras cubanas). Por eso establece en Todtnauberg un campo experimental de trabajo en el que universitarios, campesinos y obreros ejercieran una labor común que llevara a la extinción de las diferencias. El pensador afirma que su propio trabajo es manual: Hand-Werk. Se piensa con la mano; la caligrafía mues­ tra la irreductible personalidad de quien escribe. Los trazos sobre el papel son de suyo significantes, no meros portadores inocuos de significado. Pero la mano lleva también consigo la posibilidad de cerrarse hoscamente a toda interacción simbólica. La mano rechaza, reprime, reduce. Con ella puede cerrarse un hombre a lo otro, y así dejar de entregarse a aquello que sin embargo lo constituye, porque no hay un interior; se está donde se actúa (handelt); el lugar de acción no está signado por un «aquí» o un «allí», que no son sino expulsiones del lugar primordial en el que la mano se da: el Da. Y da que pensar que en nuestro propio idioma sea tal término intraducibie; cabría hablar quizá de un «ahí», pero este adverbio señala más bien la circun-stancia próxima a, y envolvente de, nuestro cuerpo. El sustancialismo escolástico ha impregnado de tal modo la esencia de nuestra lengua que lo más propio y constitutivo de nuestro estar queda oculto tras la dispersión adverbial. Y sin embargo, la mano también traza una escisión que en castellano da que pensar: la existente entre «ser» y «estar». Es verdad que decimos que las cosas «están» ahí, en un lugar. Pero sólo porque ya de antemano suponemos una estancia primordial: la de nuestro

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