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138 FELIX DUQUE mano, y en nombre de esa Humanidad (la clase universal, allí donde la especie acaba por identificarse violenta, trabajosa, históricamente con el gé­ nero; el proletariado como prototipo de la humanidad) acaba por borrar en su delirio cuantitativo las diferencias (no sólo económicas) entre los hombres de carne y hueso; y la procura anticipatoria: aquélla por la que un hombre señalado devuelve a los hombres el peligro y la aventura de su libertad para proyectarse desde el fondo de provisión de sus tradiciones propias, inaliena­ bles e inconfundibles. Un hombre que por ser capaz de apuntar a los demás el ámbito abierto de sus quehaceres arraigados es aclamado por aquéllos como su guía y caudillo: el Führer. Sin nombrarlo, el papel liberador de posibilidades más altas que la chata, irrelevante realidad efectiva ejerce ya su violencia desde las páginas de Ser y tiempo. Mal favor le hacen hagiógrafos piadosos a Heidegger cuando intentan limpiarlo de toda sospecha. La filoso­ fía no es éter luminoso que desde arriba ilumine el camino de los pobres mortales; ella es el pensamiento del propio tiempo, envuelto en una persona­ lidad libre para el bien y para el mal. Y sólo tras la decisión se hace visible, en sus consecuencias, de las que hay que dar cuenta, de las que hay que ser responsable, si esa libertad fue realmente factor de liberación o arrastró en su error a los hombres a quienes quería anticipar su libertad para que fueran ellos mismos. También es corta de vista la disculpa de una supuesta ingenui­ dad política por parte del profesor de filosofía de Friburgo, que, nuevo Zaratustra, desciende de la montaña de Todtauberg tras el semestre libre de 1932-33 para «tomar cartas en el asunto». Pues Heidegger era bien conscien­ te de que esas dos procuras se habían dispersado, vulgarizado en cosmovi- siones, en cristalizaciones del mundo en una imagen global y disponible: el bolchevismo y el nacionalsocialismo, cosmovisiones que él analizaría nietzs- cheanamente como facciones que se disputarían en una guerra civil mundial los despojos de la muerta civilización occidental. Así, la rebelión de los esclavos por mor de la igualdad no sería sino la surgencia de una larga deriva histórica, iniciada por la traición romana del modo griego de vida, perfeccionada por la coyunda del bnperium romanum y del Papado católico, laicizada por el liberalismo (en donde el viejo Dios se hace ens realissimum en el «se» del Don Nadie, que vota cuando le toca) y que corre en fin a su triunfo y aniquilamiento planetarios en el advenimiento del socialismo comunista. Esa rebelión se ha hecho en nom­ bre de Apolo, el dios de la luz y de la forma, el dios de los fenómenos que acaba por hacerse todos y ninguno en la comunión diaria de la producción y el consumo. Frente a este trazo apolíneo, cree ver Heidegger alzarse la cosmovisión dionisíaca que, en nombre del hondón de la vida (enfrentada el chato «espíritu» liberalista), está destinada a preservar lo prístino: las

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