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ARTEMIS Y CIBELES 137 y hacia qué? ¿No se tratará de la esperanza de que todo, en el fondo, siga igual? ¿La esperanza de que en el fondo no haya nada que esperar? En este caso, la voluntad de potencia y dominio sobre lo ente se abriría a una voluntad dominical de voluntad, una voluntad de... nada. Man muss sich einschalten: «Es preciso tomar cartas en el asunto», le confesó Heidegger a Jaspers un día gris de 1933. Son las cartas marcadas en su reverso por la cruz gamada. Una cruz sustitutoria de la otra, desgas tada, acomodaticia cruz. Pero Heidegger no atendía entonces sino al anver so de esas cartas. Un anverso en el que podía leerse el hastío profundo del hombre inmergido en la urbe, convertido a su pesar en «mono de la civili zación», urgido por tareas de dispersión y de toma de decisiones en las que el hombre mismo se encontraba ya de antemano prendido. Si, al decir de Novalis, la filosofía consiste en la nostalgia (Heimweh) de hallarse en casa en cualquier parte, el hombre medio denostado por Heidegger está ciertamente en cualquier parte, pero ha olvidado qué pueda significar estar arraigado, tener un hogar. En un mundo absolutamente administrado, en un mundo en el que todos estamos representados, sin que el representante represente a su vez más que esa totalidad vacía, en un mundo en el que la empresa hace de hombre y cosa animal de presa y objeto representado ante la mirada universal de un sujeto abstracto; en una palabra: en el mundo de la democracia liberal burguesa, todos los valores se han devalua do, mas no por haber perdido su valor sino porque ahora, por vez primera, son solamente eso: valores, entidades abstractas horras de toda fuerza con- figurativa. Es el mundo en el que cada uno, intercambiable, es «uno de tantos», y donde todo cambio posible se hace en nombre de la suma, de la cantidad de votos, que a su vez se parten y dispersan en partidos que no quieren sino que «todo funcione», que el entramado «emprendido» se prenda a la medida y corte de la «empresa». Eso es para Heidegger el último aborto del nihilismo europeo; la ascensión de la plebe, la igualdad de los hombres, cuando éstos han sido ya de antemano troquelados, redu cidos a quanta, a paquetes valorados según su capacidad de ser ubicados cual «existencias en plaza» dentro del universal mercado de valores. En esa noche del mundo, en la que la atención a la alteridad irreducti ble de los otros y de lo otro queda sustituida por la circunspección de las circunstancias, en las que el centro de circunvalación no es sino un vacío agujero, Heidegger se asfixia. La salida de esta mostrenca vorágine no podría ser, a su vez, sino la de la procura (Füsorgen) por el otro. Pero esa procura puede ser de dos clases: sustitutoria, en el sentido de que un hombre señalado, conocedor de antemano de las faltas humanas, y de lo que al hombre le falta para ser Hombre, toma el poder por un golpe de
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