PS_NyG_1991v038n001p0133_0152

136 FELIX DUQUE cualquier cosa. Por ejemplo, este artículo podría quizá servir de ocasión para rellenar el hastío producido por una espera indeseada. En el «estar aburrido de algo», alguien se entrega a la medida común, general, de una situación colectiva. Se conforma a ella. Está alienado, pero en esa aliena­ ción (huida de sí) encuentra respiro y confianza. Al fin, él hace lo que todos. Esperar a que algo lo recoja y dé sentido (como hace el pasajero recluido en la sala de espera de una estación, mientras llega el tren que lo pondrá en movimiento y lo llevará a destino). Pero este aburrimiento abriga en sí un acorde más profundo. A través de él puede alcanzarse un estado anímico en el cual uno «se» aburre con ocasión de algo. Ahora, por caso, el pasajero ya no está en la estación, sino que su tiempo pasa con el móvil pasar del tren que lo lleva a destino. Ahora, el tiempo ya no puede ser llenado porque mi tiempo madura con la^velocidad del tren. Con respecto a lo que pasa, ahora tren y pasajero son uno y lo mismo. Es esta mismidad la que arroja al sí-mismo fuera de lo cotidianeidad. De mi aburrimiento sólo yo soy culpable. En él aparezco, pero como vacío; aunado con lo ente y sin embargo fuera de ello en mi propio estar arrojado a ello. Por tanto, ni el yo cotidiano ni las cosas circunstantes son culpables. Más bien lo que surge del fondo de esta coin­ cidencia es, si realmente me atrevo a mirar en mí mismo, un último tipo de aburrimiento; el aburrimiento hondo del «serme algo aburrido». Aquí el reflexivo acusativo propio del estado anterior se torna en un dativo, en un complemento indirecto. Es la entera situación la que me arroja a un abismo sin fondo, y sin sujeto (como se muestra en la ausencia de sujeto, propia del infinitivo «ser»). El aburrimiento profundo se desvela, por caso, cuando se pasea por las calles desiertas de una ciudad (obviamente alema­ na) un domingo por la tarde, al decir de Heidegger. En ese caso, nada hay que hacer. El tiempo está detenido, estancado. En la falta de funcionalidad de cuanto me rodea se abre la clara vaciedad de todo y del Todo. El aburrimiento profundo se abre a la angustia del sinsentido del mundo. Deja a éste en disposición de ser «amueblado» por mis proyectos. Y sin embargo, este aburrimiento queda obstinada, sordamente oculto para los más, que intentan llenar su tiempo mediante diversiones, distracciones que retraigan al hombre de la voz silenciosa que avisa de la propia vacuidad fundamental. No en vano es el domingo el día del Señor, el día en que el Yo vacío se deja llenar por un acontecimiento que oculte su propio estar a la muerte. Así pues lo óntico queda recogido en los días hábiles, laborables, mien­ tras que el día del encuentro con la propia nihilidad queda desplazado por la entrega a consignas dilatorias y esperanzadas. Pero, esperanza ¿de qué

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz