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134 FELIX DUQUE Da igual que el creyente en una religión en la que la tradición se va congelando en norma acabe por descansar en Aquello que asegura de un solo golpe mundo, hombre, cosas y doctrinas. Da igual que el humanista acabe por santificar el presupuesto desde el cual ordena y controla una realidad de la que desconfía por presentarse de forma arisca, hostil, ina- prehensible; esto es, inasible por el concepto. Dios y Razón humana son vistos como fundamenta inconcussa de una realidad de alguna manera indó­ mita, que no se deja gobernar y en la que el miedo al futuro no hace sino traslucir sintomáticamente la angustia ante el sinsentido de la totalidad. Cor meum inquietum est doñee requieseat in te, Domine . El Señor puede estar presidiendo historia y naturaleza desde fuera, como un buen acoplador de orquestas que cantan cosas sólo en apariencia diversas, o bien puede redu­ cirse a uno de los extremos, acabando por englutir en su absoluta vastedad al otro, en un proceso de evolución cósmica o de desarrollo histórico. ¿Qué más da? El caso es que no haya en el fondo casos. Que nada acaezca y que los acontecimientos se cuenten. Que todo sea contable. Que todo esté a la mano... a la mano de una élite, sea sacerdotal o científica. El caso es que no pase nada, que el control acabe por ser de verdad autocontrol y el dominio sea autodominio. Que alguien tenga acceso al Ordenador Central y acabe por identificarse con él a base de borrar su propia, inalienable intimidad. Non serviam!, tal es el grito demoníaco de quien no se pliega al Absoluto, de quien no quiere ser mero repliegue o instrumento de despliegue. Frente a esta creencia que se arroga el título de pensamiento (sea teoló­ gico o humanista-científico) un hombre como Heidegger tiene necesaria­ mente que aparecer como un transgresor de géneros. ¿Qué hacer con este hombre, y qué es lo que él es en el fondo? ¿Cómo se lo clasifica, qué especie de cosa es, o sea: a qué pertenece? ¿Acaso será un poeta, un demagogo, un metafísico, un mago alquimista, un teólogo negativo, un nazi? Una de estas cosas debe de ser, y las demás tendrán que aparecer como meros accidentes de esa esencia. A Heidegger hay que «fijarlo» como sea. Lo que no se puede consentir es su saltarina ubicuidad, a saber: que mezcle los géneros. Y sin embargo Heidegger se nos presenta no como un mezclador, que coge lo que bien dispuesto se halla «a la mano», sino como un transgresor, como una lanzadera que rompe esas divisiones estancas y se niega a toda fácil identificación. Frente a la coyunda fe/razón (fenóme­ nos de una misma creencia en un fundamento último) Heidegger levanta el par poetizar/pensar, viendo a ambos quehaceres como transgresiones liminares. No tanto transgresiones de límites cuanto transgresiones que son ellas mismas límites, que separan y a la vez conectan órdenes que el sentido común entiende bien prefijados, predispuestos. Pensar y poetizar

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