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ARTEMIS Y CIBELES 151 muerto, Grecia con sus dioses y sus palabras sagradas se hunde en la caverna del herrero y el mago para amenazar la seguridad del hombre civilizado de la superficie: del hombre superficial. Artemis es die Erscheinung des Gegenwendigen: «la aparición de lo que está mutuamente vuelto a la contra». En ese sentido, ella es lo irreductible a toda dialéctica: no permite la síntesis de opuestos, ni deja que éstos convivan en pacífica yuxtaposición. Artemis, la diosa de Heráclito, trae la discordia (eris). Pero eris no es combate (Kampf) ni guerra (no lo es al menos en 1943, y al decir de Heidegger en su defensa de 1945, nunca lo fue, aunque textos de 1933 hagan dudar de esta afirmación). Al contrario, guerra y combate son variedades bastardas de la eris, es decir: transforma ción imperialista, romano-germánica, del pólemos primordial, de lo que Hölderlin llamaba liebender Streit, «conflicto amoroso». Pues el amor no es destrucción de lo otro en una con-fusión informe, ni tampoco con-for- midad a costumbre, sino vuelta contra sí mismo para, negando la propia y supuesta consistencia cerrada, abrir una falta en la que el otro en cuanto otro pueda manifestarse. Eso es justamente das Gegenwendige: la constata ción de un viraje (Wendung) de la propia penuria (Not) para hacer surgir, dentro de mis posibles (Vermögen), lo necesario (das Notwendige) . Tal es lo que los textos de Heidegger en los años sombríos nos dan a pensar: la necesidad de respetar, de dejar ser a lo otro en cuanto que otro, condu ciendo la propia existencia por las vías de un sendero que sólo en la pro yección libre de las posibilidades de lo otro deja que el hombre acaezca propiciamente, «desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otros» (Hölderlin). Una última advertencia, quizá inútil, quizá difícil en su palmaria simpli cidad: Heidegger no creyó nunca en Cibeles, mas tampoco en Artemis, porque él no era griego; ni siquiera fue herido por los lunares rayos que se difuminan tras los montes de Efeso. Un pensador no es un creyente. En la noche del mundo del nihilismo completo, los dioses han huido. Viven sólo en la nostalgia de las palabras del poeta, que los «echa en falta». Lo que hoy acaece es justamente der Fehl heiliger Namen: «La falta de nombres sagrados». Pero esa falta no es una desaparición, una aniquilación, sino que anuncia el adviento del último y fugaz dios: el dios que crece en el desierto de la técnica, un desierto cimentado, expandido gracias a la volun tad de poder cuyo instrumento imperialista fue el nacionalsocialismo, y que ahora medra bajo otros nombres menos vistosos y más mostrencos en un mundo donde ya no se precisa de la retórica de la sangre, la tierra y la raza porque ya todos estamos íntimamente uniformados, desarraigados. Porque ya no es preciso separar ciegamente a lo otro como chivo expiato-
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