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150 FELIX DUQUE Frente a Cibeles (a quien explícitamente nunca nombra Heidegger) se yergue Artemis, la hermana de Apolo, nacida en Délos, la diosa flechadora que, viviendo en bosques y montañas (como Cibeles), protege y fomenta la diferenciación de estirpes y especies; que, siendo también tierra, cierra los senderos, haciendo de ellos Holzwege, para guardar el retraimiento de lo fecundo. Ella es justamente la que impide la invasión de la civilización y la industria. Walter F. Otto la denomina en su Die Götter Griechenlands (Frankfurt/M. 1947) la «leve». Gracias a ella, dice: «La misma tierra ha perdido su peso y la sangre nada sabe de sus oscuras pasiones». Entiéndase bien; no es que la sangre haya perdido sus derechos: al contrario, ella está preservada por la potencia espiritual de Artemis (¿entendemos ahora por qué Heidegger hablaba en su Discurso de 1933 del espíritu como potencia preservadora de las fuerzas de sangre y tierra?). Artemis, la casta, sacrifica su fuerza genesíaca para que mortales y seres vivos sean fecundos (exacta­ mente lo inverso de Cibeles): ella es la extraña e inaccesible (unumgän­ glich), facilitando así todo acceso y trato. Pues si ella cierra los senderos de los ansiosos de novedades hace sin embargo que encuentre su camino el extraviado en lo salvaje (Wildnis). Artemis es la physis. De nuevo, intentemos comprender esto más allá de las distinciones genéricas «racionales»: no es que ella «represente» a la physis como una «imagen» mitológica de ésta; no es tampoco una metáfora o licencia poéti­ ca. Es la manifestación del exceso de sentido patente en lo físico: es el ocultamiento que deja ver, luminosamente, el fondo de provisión desde el que se destacan las figuras de lo ente. Por eso es ella Selene, la luna: al contrario que el sol, la luna deja ver la noche. Al destacarse de la negrura que es su fondo, hace ver el fondo mismo, en lugar de velarlo como firma- mentum. La luz lunar preside y dirige la menstruación y el coito, el descan­ so que repone fuerzas, el ascenso y descenso de los mares, donadores de vida: trae en su sagrada mediación el mensaje de la apropiación del hombre y las cosas a lo Alto. Artemis es la flechadora porque todo lo mantiene a distancia, porque no deja confursirse los géneros, y los enlaza manteniendo siempre el respeto de la alteridad. Hasta qué punto ha perdido el hombre romano-cristiano el sentido de Artemis (la diosa huida) lo muestra la iden­ tificación de la diosa efesia con Lucifer. Artemis es la «portadora de luz», la que lleva la antorcha, phosphoros. Es la antorcha que guía a los muertos en su regreso a la tierra, es la antorcha que alumbra los nacimientos. Pero llevar lunarmente la luz será después, alegóricamente interpretado, el signo de Satán. Artemis se torna en la torva y seca figura deformada de la bruja. La naturaleza debe estar al servicio del hombre planificador. Si no lo hace, ello se deberá a un resto resistente de paganismo. Cuando el Gran Pan ha

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