PS_NyG_1991v038n001p0133_0152

148 FELIX DUQUE fuerza de potencialidades no llevadas a la luz. Atis castrado es, exactamente, un Führer: lejos de ser libre, se limita a servir de vehículo de órdenes y mandatos de totalización que lo rebasan y esterilizan. Estéril es por ello igualmente su rebelión, puramente pensada, sin de-cisión. Atis agita en su mente su situación como servidora de dioses y esclava de Cibeles (pues su castración lo ha convertido en un ser neutro, denominado por el poeta indiferentemente en masculino o femenino), viéndose como mei pars, uir sterilis. Al respecto, digamos: se le ha reprochado constantemente a Heideg­ ger su silencio ante los crímenes nazis, su falta de arrepentimiento. Atis en cambio sí se arrepiente (iam iam dolet quod egi, iam iamque paenitet). Pero tal arrepentimiento de nada le vale; la venganza de Cibeles no se hace esperar: desunciendo el león de su izquierda, lo aguijonea para que infunda terror en Atis, que demens fugit in nemora fera; ibi semper omne uitae spa- tium famula fuit. Y es que el arrepentimiento consiste en el estéril deseo mental de que no haya ocurrido un orden de cosas libremente sacado a la luz. En él, la realidad sigue siendo más alta y fuerte que la posibilidad. De ahí el carácter falaz del arrepentimiento, sólo efectivo cuando es el dios el primero en perdonar, es decir en hacer —per impossibile— que el pasado no influya en el presente. Heidegger en cambio nunca se arrepintió, porque nunca su entrega tuvo carácter de castración: porque nunca se sometió a la ciega violencia irracional. Su particular ajuste de cuentas con el nazismo está a la única altura que en un pensador cabe: a la altura del pensamiento mismo. Por eso no se conformó a la realidad nacionalsocialista ni se confor­ mó con ella, sino que la combatió interiormente con las únicas armas de que disponía: no la crítica (que presupone un lugar seguro y ajeno desde el que juzgar) sino la localización (Erörterung): el desvelamiento del nacional­ socialismo como última y extrema aparición de la coyunda del subjetivismo moderno y del desarrollo científico-técnico, que llamamos Modernidad. Esa misma modernidad es la cantada ya, avant la lettre, por el poeta romano que fatídicamente puso su estro al servicio de la razón científica: Lucrecio. En el libro II de su De rerum natura (w. 590-699) nos ofrece Lucrecio, ya no la narración mítica de Cibeles y su imperio, sino la traduc­ ción de las propiedades de aquélla en una alegoría científica. De este modo la raíz misma del mito se pudre. Ahora Cibeles, la Madre tierra, es una mera imagen que representa la fecundidad reglada de la naturaleza. En violentísima torsión, todos los caracteres de crueldad y arbitrio despótico rastreables aún en Catulo son reducidos a figuras imaginativas, didácticas, de la verdad de la ley inmutable. Así, si la diosa camina en carro (en carro de guerra) por entre las ciudades, guiando a dos indómitos leones, ello no significa más que el hecho de que la tierra, suspendida en el espacio, sólo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz