PS_NyG_1991v038n001p0133_0152

ARTEMIS Y CIBELES 147 el pensador, elige decisivamente, cuando esa noche se ha tornado en sangre derramada: a partir de 1942. Pues desde los años centrales de la década de los treinta, Heidegger acaricia la posibilidad de apuntar, indicar a la physis y su sentido a través de las señales de Tierra: cuando ésta se eleva como la leve y danzarina. Pero en el curso de verano de 1942-43, dedicado a Par- ménides, ese sueño ha sido ya soñado hasta las heces. Tierra, tellus, es Cibeles, la Gran Madre frigia que, rozando apenas los destinos griegos, es trasplantada por Atalo a Roma en el 240 a.C. bajo la forma de berilo, la negra piedra basáltica que no se deja persuadir, que no entra en el juego de trabajo, lenguaje y familia. Lo salvaje y lo civilizado se yuxtaponen, sin pasar por la mediación del technites griego. Cibeles es por una parte la diosa de nemora fera, de bosques feroces que cierran el paso a los hombres en las cumbres del Ida, el Díndimo y el Berecinto. Turrita Berecintia mater, la denomina Virgilio. Y ello porque la montaña ha descendido brutalmen­ te, imperiosamente a la llanura como torre, fortaleza, cimentando lo que era campo fructífero y a la vez camposanto, cementerio. Cibeles es la trans­ posición directa, violenta de lo salvaje en urbs, en ciudad. Quienes la sirven y honran son seres castrados, arrancados-por su propia y ciega voluntad-de la posibilidad de hacer pueblo. El carmen LXIII del poeta Catulo narra al respecto la pavorosa historia del griego Atis. Este abandona sus lares, lan­ zado al estéril ponto en veloz leño hasta arribar a los opaca loca deae, a lo extraño; y su primer acto contra natura, en correspondencia con la dura piedra negra que es la diosa, es arrancarse los genitales acuto sílice, con un agudo pedernal. Así castrado, se convierte en caudillo y ejemplo para otros secuaces que, como él, sienten excesivo odio a Venus. La castración del sexo hace de la mano puño y convierte al hombre en soldado; hace de la boca vehículo de órdenes: el poeta se convierte en científico. El technites se hace trabajador. Servicio de armas, servicio del saber, servicio del traba­ jo son los órdenes defendidos por Heidegger en su Discurso de 1933. Sólo que para él, de ser cierta su confesión a Heribert Heinrichs en 1959, desde 1938 habría sido posible remontar la locura de Atis. El joven pastor griego, en cambio, sólo puede lamentar estérilmente su locura, y la locura a que ha inducido a otros. En efecto, cuando Atis despierta del sueño, se siente arrancado de dos órdenes: el tradicional del suelo natal y la familia (patria, bonis, amicis, genitoribus abero?) y el institucional que ha articulado su vida (abero foro, palaestra, stadio et guminasiis?) . Y es que la rememoración de Atis es pura Erinnerung, pura interiorización que recuerda a redropelo los estadios transitados (ego mulier, ego adolescens, ego ephebus, ego puer), en lugar de abrise como Andenken, es decir como modificación completa, poética de la existencia, criticando la realidad efectiva en virtud de la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz