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144 FELIX DUQUE Heidegger, en ese momento concreto, pretendía sugerir a sus interlocutores. Posiblemente le interesara establecer una suerte de parentesco entre su filo­ sofía y las siniestras consignas ideológicas y sólo ideológicas, ya que en la práctica se comportarían los nazis de modo mucho más técnico y mecánico) de «la sangre y el suelo». Lo que importa es lo que las propias palabras alemanas dicen. Si el espíritu preserva esas fuerzas es porque ellas, tomadas de por sí, son radicalmente impotentes. Al igual que hemos visto con el trabajo y el lenguaje, un pueblo no es una unidad que exista idealmente Dios sabe dónde, sino un entramado (Gefüge) presente en las diferencias familiares e individuales. La preservación por parte del espíritu, entendido como potencia, es un tema que remite necesariamente a la distinción aristo­ télica entre dynamis y enérgeia. Esta última no es jamás para Heidegger entelécheia, sino aparición, presentación de la dynamis, de la physis. Y la physis no está en ninguna parte, porque no existe. Sólo existen los entes por physis, por la fuerza de ésta (lo cual es en el fondo redundante). Ello signifi­ ca pues que el espíritu contiene a la fuerza, la reviste, modula, transforma y canaliza. No es sino el repliegue, la individuación de la fuerza. El sexo no es un instrumento con el que pueda reproducirse un esquema ideal prefijado (algo así como el «alma de la raza» de Rosenberg); el sexo hace pueblo. Y sólo lo hace a partir de la constatación de una alteridad primigenia. La diferencia es previa, tanto a nivel de seres singulares (hombre o mujer) como a nivel colectivo (Sippen o estirpes). De modo que, pensando el sexo desde la hondura del pensar heideggeriano, tal como en sus textos se ofrece (y no desde alocuciones ocasionales o interesadas, por lo demás de escasa entidad, también cuantitativamente hablando), sería ridículo (tal es la expresión aris­ totélica para quien quisiera saber qué es la physis, más allá y con indepen­ dencia de las distinciones físicas) querer encontrar en Heidegger la defensa de una supuesta superioridad y pureza de la raza aria, porque quien piensa en el sexo como transgresión liminar no puede quedarse en la vacua abstrac­ ción de una pretendida esencia intempral (algo así como lo «germano»). Mano, boca, sexo son transgresiones de géneros. Diferencias de dife­ rencias, son ellas las que crean mundo. No mundo como conjunto unifor­ me de entes dependientes de un Ente máximo, sino remisión complexiva de signos, siempre designados a partir de lo que en cada caso considero como mío (Jemeinigkeit: en Heidegger no cabe hablar de Yo sino como un dativo, como aquello que me concierne y a lo que correspondo). Antes y después de esas comarcas no hay un infra o supramundo del que cosas y hombres fueran reflejo, sino constelaciones de fuerzas que sólo en la dife­ rencia y en la transgresión se muestran. Heidegger llama a esas constelacio­ nes, a parte ante, «tierra» y a parte post, «cielo». La tierra está laten-

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