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ARTEMIS Y CIBELES 143 kraft der Sprache, por la fuerza del habla. Hannah Arendt, Karl Löwith, Edmund Husserl son naturalmente alemanes para Heidegger, con indepen­ dencia de su raza o sangre. Lo que hace la boca cuando se abre en comu­ nicación es reconocer, responder a una fuerza que sólo así enviada, desti­ nada, se hace presente por modo de ausencia. Los interlocutores se recono­ cen como perteneciendo a un mismo linaje (esta es una idea ya aparecida en los Discursos a la nación alemana de Fichte). Lo que Heidegger pide del pueblo francés, por ejemplo, en W ege zur Aussprache («Caminos para el entendimiento a partir del habla de cada cual»), de 1937, no es desde luego que este pueblo olvide su lengua y asimile la extraña. Con ello no sólo dejaría de existir como pueblo, sino que los propios alemanes lo serían en menor grado al no poder pensar en contraposición a y distinción de la lengua extraña (un caso paradigmático en Heidegger, cuando se ven sus esfuerzos por pensar en alemán desde y contra el idioma griego). Llevado el caso al extremo individual, podríamos decir que cada idioma se encarna individualmente no sólo en las formas dialectales propias de cada región sino en cada hablante singular fáctico. La preservación de la fuerza de la lengua se hace en cada caso por multiplicación de las diferencias y matices, y no por uniformización mecánica en virtud de una lengua artificial (a ello se debe no sólo el fracaso histórico de una supuesta lengua hecha de reta­ les: el esperanto, sino también la imposición universal de una lengua, la lengua del imperio, que sin embargo remite a un pueblo particular; el inglés. Quien habla en inglés vive, conscientemente o no, en un universo ontológicamente signado por una deriva histórica). Por último, un pueblo o una comunidad libre de pueblos no es el resul­ tado del alma de una raza escogida, ni mucho menos una unidad de destino en lo universal, sino el resultado cambiante, fluyente, de la actividad sexual. Es verdad que Heidegger insiste en que Dasein es neutro (también el térmi­ no lo es lingüísticamente). Mas no lo es como resultado de una abstracción en la que se borraran las diferencias entre sexos y pueblos (en alemán, la misma palabra Geschlecht designa género, sexo, linaje y estirpe), sino porque la «neutralidad» muestra, ya en su misma raíz latina, ser fuerza condicionan­ te de diferencias (ne-uter significa «ni lo uno ni lo otro»; presupone pues las diferencias que él mismo aúna). El Dasein está ya de antemano siempre disperso en sexos, estirpes, pueblos, maneras de ser hombre (Menschentü- mer). Esa dispersión no es una decadencia a partir de un origen único, asexuado, sino la marca de la cadencia en la que consiste ser hombre. Por eso dice Heidegger en su Discurso de 1933 que el «espíritu» es la potencia (Macht) de preservación de las fuerzas (Kräfte) de sangre y tierra. A mí no me interesa (no soy adivino, ni escruto los corazones) saber lo que el hombre

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