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142 FELIX DUQUE propio estar en el mundo. Es verdad que decimos que las cosas están separadas en el tiempo. Pero sólo porque presuponemos que nosotros mis­ mos estamos en el límite que distingue entre tiempo y falta de tiempo; porque estamos a la muerte (no: «somos mortales», como si la mortalidad fuera una propiedad, entre otras, del ser humano). Cuanto estoy hasta ahora diciendo, profiriendo, parece ser resultado de la traducción de conceptos mentales, propios de mi cerebro, en palabras (modulaciones del aire) que, a su vez, se fijan en elementos gráficos, en escritura. Y sin embargo, tras esta apariencia se da la transgresión que es el hablar. Yo no transito de un nivel a otro, como si existiera una dotación de sentido (encerrada en significados sueltos) que luego perdiera, por in­ terferencias, una parte de esa dotación al verterse en un medio material. De nuevo nos las habernos aquí con la metáfora de la evidente distinción de niveles; un medio físico impresiona nuestros sentidos exteriores, que envían señales a un interior que, a su vez, responde mediante expresiones (¿de qué, del alma?) que, usando un medio también exterior, llegan a impresionar a otra interioridad. Ese supuesto sistema olvida el fenómeno esencial del hablar; no se habla «con» la boca, como si ésta —parte de un cuerpo presente—fuera un instrumento de expresión. La boca misma ha­ bla. Ella no es un vehículo de transmisiones. Al contrario, la palabra se encarna vocalmente, oralmente. Mas no porque existiera anteriormente en un medio espiritual. Mejor habría que decir: la palabra es la encarnación de la boca misma. Cuando Hölderlin dice que la palabra es «flor de la boca» no está haciendo una metáfora. Más bien es la flor, en cuanto flora­ ción, promesa de maduración, la que es un precipitado de la palabra. La boca no modula palabras de un acervo común (recogido por ejemplo en el diccionario) del que uno pudiera servirse a voluntad. Porque hay palabras, por eso hay boca. A través de ellas, el hombre se comunica con un pasado que sólo vocalmente, oralmente aparece, por modo de ausencia. Siempre es ya demasiado tarde para poder presentar el lenguaje. Lo que se presenta es la palabra. El lenguaje es la fuerza que se abre en la palabra potente. Es una exangüe abstracción la que se hace ver como «lenguaje», en general. Habría que pensar a fondo el sentido individual, individuante, latente en la palabra «idioma». Que sólo en la palabra viva, comunicada se da idioma, y que sólo a través de esa comunicación hay comunidad posible, es rasgo capital que diferencia toto cáelo el pensar heideggeriano del ideario nacio­ nalsocialista. Es alemán aquel que en un momento dado, en una situación y frente a interlocutores dados, deja que la fuerza antigua de ese idioma se encarne en él. Yo mismo «soy» alemán cuando lo hablo. Heidegger dice en su Discurso de Rectorado de 1933 que un pueblo (Voksstum) se forja

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