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Artemis y Cibeles. Raíces del pensamiento político de Heidegger Hablaré de diosas y mortales, de mano, boca y sexo y de lo que trans gresión significa. Hablaré de la sangre derramada, de los conceptos exa gües y de las imágenes sin fuerza, muñones que apuntan a una realidad siempre ya acaecida. Hablaré de la ruptura de los límites de los géneros. Al leer las obras críticas de Hugo Ott y de Víctor Farías sobre el compromiso político de Heidegger, más allá de las antitéticas posiciones, más allá de la profesionalidad de ambos estudiosos, es fácil percibir un punto común, no tanto en el resultado (que Heidegger fue, es y será in aeternum nazi) cuanto en la raíz desde la que se critica. Ambos presuponen en efecto la actitud del creyente. ¿En qué creen Ott y Farías? Los dos creen en la reducción de múltiples factores biográficos y existenciales a un factor explicativo, «científico» y omniabarcante. El primero, Ott, cree en el Dios cristiano, cristalizado, articulado y sistematizado en el conjunto de dogmas de la Santa Madre Iglesia Católica Romana. Heidegger sería un apóstata, un renegado, que paga con la errancia de su vida la separación del alma mater que le hizo nacer y creer. Su lucha contra el cristianismo sería así una lucha contra sus propias raíces, un suicidio lento que haría de él una personalidad esquizofrénica, íntimamente desgarrada. El otro, Fa rías, cree en el Hombre y en la Modernidad como proyecto ilustrado, entendiendo que extra hominem nulla salus. Puesto que Heidegger habría tenido ocasión de conectar con el Pensamiento y lo habría, sin embargo, negado en virtud de un inconsciente conflicto psicofisiológico debido al medio envenenado en que nació (justamente el nacionalcatolicismo popu lista cantado por Ott), el supuesto pensador y en realidad mistagogo estaría ya ob ovo condenado y juzgado. Ambas críticas desembocan en lo mismo por apoyarse en lo mismo. Y lo mismo es: el hombre tiene la posibilidad racional de ascender por vía analítica (de purificación y abstracción de lo sensible) hasta alcanzar un estadio de absoluta seguridad, de inefable des canso en un vértice último desde el cual ese punto de partida sensible resulta ahora ordenado, clasificado, depurado en fin.
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