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62 ARTURO LEYTE COELLO que, según Heidegger, desaparece de alguna manera con Nietzsche, el últi­ mo filósofo, aquel con el que se cierra la historia de la filosofía que hemos expuesto, pues, ¿qué puede ser de un tiempo absoluto, que por ser absolu­ to ya no tiene meta ni objetivo, ni fin, y que su ser se define precisamente por esa ausencia de final? ¿Qué puede ser de una razón que es sujeto (lo cual no quiere decir ni mucho menos que sea humana), pero que no con­ duce a la verdad ni a Dios, porque de hecho Dios y la verdad acaban en ella igual que empiezan? Esa razón ha desvelado su propio ser: ella no es nada (en el sentido de que no es una substancia) más que devenir. Con ello, ya puede recibir el nombre que le corresponde: si no es nada, nos introducimos en el época en que la nada gobierna y rige, nos introducimos en el nihilismo, y de este modo directamente en Nietzsche, el pensador que descubrió lo que el Idealismo ya había realizado y que a él sólo le tocó expresar, que Dios ha muerto. Y lo hizo en estos términos: El ser de lo que hay, la esencia de cada cosa, consiste en querer, y no en querer ser esto o lo otro, sino en querer en general ser más. En defini­ tiva, cada ser, nos dice Nietzsche, nos recuerda Heidegger, es voluntad de poder, voluntad de aumentar. El estado alcanzado por un ser sólo tiene validez, entonces, como punto de arranque para un mayor poder. Así con­ siderada, la voluntad es un proceso que tiene dos momentos, conservación y aumento. El primero es necesario punto de partida del segundo, pero es siempre provisional, perecedero. Esta voluntad de poder pone (nuevos) valores, valores que por definición eran antes (en la antigua tradición meta­ física) incambiables, inamovibles, eternos. En la nueva tradición, su «eter­ nidad» es de duración relativa, necesaria, pero relativa, pues es tan necesa­ rio que la voluntad se detenga (conservación) dando lugar a la verdad y el conocimiento, como que se supere para desarrollar y aumentar más el pro­ pio conocimiento, en suma, para aumentar el poder, asunto del que se encarga precisamente el arte. Vemos así que la voluntad de poder está constituida según la doble estructura de aquella unidad de la mónada leibniziana y la escisión del ser absoluto de Schelling: como ‘conservación’ (perceptio) y como ‘aumento’ (appetitus), o sea, como conocimiento y arte. La voluntad de poder no es una idea, porque precisamente la voluntad es lo contrario de la idea, ni tiene por lo tanto una presencia, sino que es a la manera del fundamento en Schelling, esto es, como fuerza que origina todo. Y de la misma manera en que el fundamento se revela en la existen­ cia, de la misma manera ocurre con la voluntad de poder, que se revela en la única existencia posible, como eterno retorno del ser, del fundamento,

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