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NIETZSCHE DESPUES DE HEIDEGGER 61 Hegel y Nietzsche: Hegel, el clásico final de la historia de la metafísica, aparece también en el seno del «Nietzsche» como el final de la metafísica, al lado de Nietzs­ che, porque también Hegel, de alguna manera, condujo hasta su cumpli­ miento las posibilidades esenciales de la metafísica, en concreto las nocio­ nes de sujeto y verdad. En concreto, Hegel ya ha pensado el ser, antes que Nietzsche, como devenir, y el devenir como devenir del sujeto, por más que para Hegel éste sea sinónimo de espíritu. Pero espíritu no es sólo el yo limitado, sino que como espíritu absoluto es tanto el sujeto como el objeto, esto es, es la relación sujeto-objeto y esto quiere decir lo mismo que ser lo real, lo verda­ dero, lo efectivo. El espíritu, así, no tiene límites, porque es la constante relación consigo mismo, y en esta relación se esconde el proyecto de la comprensión de lo ente en general como voluntad de poder. Con su comprensión de verdad, Hegel anticipa igualmente el sentido de verdad nietzscheano, cuando interpreta lo negativo y la no-verdad como un grado más allá del desenvolvimiento de lo absoluto, esto es, del desen­ volvimiento de la verdad, una verdad que ya no tiene fronteras y es así ilimitada. Para Heidegger, Hegel y Nietzsche representan la subjetividad incondicionada e ilimitada, que ya no reconoce ninguna novedad. Por un lado, la subjetividad del espíritu, por otro lado, la subjetividad del cuerpo, de los impulsos y afectos. «Animalitas» y «Racionalitas» constituyen esa doble dimensión de lo incondicionado y suponen la última expresión de lo que un día fue pensado como cuerpo y alma. Asimismo, para Heidegger, «con la metafísica de la subjetividad incondicionada de la voluntad de poder, se abre ese tiempo de la época moderna en el que por vez primera se hace historia mundial, o lo que es lo mismo, que el movimiento de la historia es esencialmente objeto de la planificación y de la economía. Esta última es el verdadero medio metafísico de una nueva movilización del hombre como hombre». El tiempo mismo ha pasado a ser un objeto del sujeto, pero en este momento de la subjetividad incondicionada, sujeto y objeto son sólo los polos de una relación intercambiable en la que el hombre se ha diluido, de la que el hombre antiguo ha desaparecido. Esta relación quiere ser pensada por Heidegger, por medio de Hegel y Nietzsche, como dominio, y así, el sentido último de la voluntad de poder es el de dominio absoluto. La historia de la metafísica ha sido sólo el prolegómeno de este domi­ nio del que la filosofía como tal puede desaparecer históricamente, y de la

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