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58 ARTURO LEYTE COELLO Por otra parte, la lógica, (las categorías), no es en absoluto principio del ser, sino, leído desde Nietzsche, un imperativo. El mismo «principio de no-contradicción», como ley absoluta del pensar, no es más que un resulta do y no una verdad en sí, sino algo puesto por necesidades biológicas, porque resulta necesario «retener» algo como verdadero. La lógica es un imperativo, que no está dirigido al conocimiento de la verdad, sino para la posición y legitimación de un mundo que tiene que permanecer verdadero para nosotros. ¿Y quién impone la lógica? La «oculta» voluntad de poder, que no se debe a nada, a ninguna ley del pensar o del ser, sino a sí misma, porque es libre en el sentido de estar des-ligada. Esta voluntad de poder puede, si quiere, si le resulta necesario, poner valores como los de ‘fin’, ‘verdad’, ‘ser’, los valores más altos, que son sólo puntos de vista, carecien do de toda dimensión ontològica enraizada en la realidad y el mundo. Descartes: Descartes vale, en esta historia que conduce hasta Nietzsche, como la estación decisiva donde se articula ya la misma noción de voluntad de poder y se anticipa el sentido del superhombre. Nietzsche es así el triunfo de Descartes, pues «por vez primera, en la teoría del superhombre como teoría del predominio incondicionado del hombre en el medio del ser, llega la Metafísica moderna a la determinación consumada de su esencia. En esta teoría celebra Descartes su triunfo supremo»*. La tesis de Nietzsche de que todo es propiedad e instrumento del hombre, es la expresión desarrollada de aquella tesis cartesiana según la cual toda verdad tiene que fundarse en la autocerteza del sujeto humano. Heidegger desarrolla su explicación de Descartes en un capítulo titula do «El nihilismo europeo», pues para él, Descartes, con su noción de sujeto, pone las bases de esa nada final. ¿Cómo? El sujeto tiene como fin asegurarse las cosas, y lo consigue por medio de la concepción de las mismas como objeto, esto es, como re-presentación. Una representación en la que, por así decirlo, se ha perdido el aspecto mismo, el aspecto verdadero de la cosa, y se ha perdido en aras de asegurarla. Y podemos asegurar la realidad sólo si nos olvidamos de la verdad que cada cosa presenta, para quedarnos con su representación, única que nos asegura su certeza. Para conseguir esto, el sujeto —ese instrumento de ese proceso de seguridad—tiene que asegurarse, en primer lugar, a sí mismo, y para ello, tiene que dejar de ser sujeto (esto es, dejar de ser hombre) para constituirse en Sujeto, es decir, algo ideal, que no tiene contenido propio y que vale 8. M. H e id e g g e r, GA, vol. 48, p. 53.
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