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436 JOSE LUIS LARRABE Pero esta «sotería» o salvación tienen lugar no sólo en el más allá, sino ya aquí y ahora de alguna manera. Ya aquí el «mistas» está lleno e invadido de esta salvación: ya ahora, en este mundo, sin esperar al otro, vive gozosa­ mente la salvación; y no una salvación puramente espiritual e invisible, sino que se visibiliza externamente, socialmente, comunitariamente11. Se­ gún esto, teniendo en cuenta estos elementos dados y constatados históri­ camente, ¿qué son los misterios? 6. ¿Qué son los misterios religiosos extrabíblicos? Se trataba de acciones cultuales, sagradas, en las cuales el acto salvador se hacía presente, según ellos; realizando estos ritos, la comunidad cultual tomaba parte no sólo en el acto, sino también en la «sotería» o salvación ofrecida presencialmente12. ¿Qué actitud tomar respecto a estos «misterios»? Los cristianos primi­ tivos no cerraban los ojos a estas semejanzas (y desemejanzas) y formas de expresión de lo religioso por parte de los que les habían precedido en una especie de largo adviento despertado por el mismo Dios, dice E. Schille- beeckx 13. En efecto, no hay por qué negar tales semejanzas para partir de cero, como si esto fuera más ortodoxo en orden a salvar la originalidad de los misterios del culto cristiano como tal, dice Odo Casel14; y añade: También aquellos eran epifanía (aunque imperfecta) de un mismo y único Dios; también ellos creían en una presencia no sólo intencional, sino también real de la divinidad salvadora, como si sus actos y padecimientos en pro de los hombres estuvieran presentes a causa de y bajo los velos de una acción ritual. Todos los presentes participaban activamente , personal y comunitariamente en el rito; también allí se daba la presencia y presidencia de un hombre religioso a modo de sacerdote que dirigía la acción y una actividad común como si todos fueran de alguna manera «concelebrantes»; para las personas que seguían su ejemplo, creían en una cierta «diviniza­ ción» ya aquí, en la vida presente, en esta existencia terrena; y la garantía de la felicidad eterna en el más allá. La conclusión de Casel es que las analogías son demasiado evidentes para despreciarlas. Nos encontramos más bien, dice, con un culto religioso que por medio de la mística litúrgica, debe conducir a los hombres (no 11. Id., ibid. 12. Id., ibid., 148. 13. E. SCHILLEBEECKX, o. c.y cap. 1, donde les concede valor salvífico. 14. O. C a se l, o . c ., 101 ss.

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