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432 JOSE LUIS LARRABE desde los misterios de culto (pagano), por ejemplo de la época greco-roma na de los siglos VII a.C. al III p.C.? ¿No habrá que defender la tesis de que nuestros sacramentos tienen antecedentes en la humanidad religiosa, manteniendo —eso sí— la originalidad revelada? Autores, como Odo Casel, han querido estudiar e investigar no sólo la antigüedad cristiana, sino también los signos y símbolos de las religiones extrabíblicas precedentes, concomitantes y consecuentes viendo qué seme janzas y qué trazos comunes existen; por ejemplo: en aquellos y éstos el culto ocupa un lugar destacado; allí y aquí se da el carácter comunitario de unas y otras celebraciones, se da una dimensión social a las expresiones de la religiosidad-fe; no se trata, en ninguno de los casos, de una espirituali dad puramente intimista, verticalista, puramente personal, sino que los Sa cramentos de la religiosidad y los de la fe se expresan en oración litúrgica, no sólo personal1. Es decir, se daba el culto en un contexto social y comunitario, saliendo de la individualidad aislada y de la pura verticalidad. Según Casel, el culto cristiano sería la expansión y el coronamiento perfecto de precedentes im perfectos dados en la antigüedad extrabíblica, no ya un viraje de 180 gra dos, no una liquidación total de todas las formas de expresión religiosa precedentes. ¿Cuáles? 2. Los misterios de iniciación religiosa del culto pagano Hubo comunidades religiosas que «celebraban» los misterios (teletai) en el ámbito greco-romano (ss. V a.C. al III p.C. aproximadamente). Su auge se dio, sobre todo, en la época helenística (333 a.C. al 63 a.C.). Sus ritos eran purificaciones y banquetes. En el origen eran fiestas religioso- agrarias, en sus comienzos mágico-cósmicas: ¿qué se celebraba en esos ambientes rurales? La ida de muerte en otoño e invierno y el retorno del mundo a la vida en primavera. Es decir, el ocultamiento y la epifanía o manifestación de esta misma vida, vegetativo-agraria. Pero el hombre se sentía luego inmerso en este ir y venir de la vida y presiente que participa de esa misma condición cósmica: de la instancia cosmológica se pasa a la vivencia antropológica; todos somos «celebrantes» en este paso: «lo mío está involucrado en esos fenómenos», se decía2. Es el yo el que muere con esperanza de vida. 1. O. C asel , Le Mystère du cuit dans le christianisme , Paris 1946. 2. L. BOUYER, El rito y el hombre , Barcelona 1967. Obra que interesa, sobre todo, para ver el valor de los gestos de la humanidad implícitamente creyente (cf. p. 128).
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