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416 ENRIQUE RIVERA nes en el aire, frente a todos los descubrimientos causales, frente a la adop­ ción de conceptos sólo aparentemente rigurosos, frente a las cuestiones aparentes que se extienden con frecuencia a través de generaciones»10. Sigue en ello Heidegger al primer gran maestro de la fenomenología, E. Husserl. Pretendió éste, al crear este movimiento intelectual, corregir las rígidas abstracciones del idealismo moderno, por las que el hombres se desentiende de «lo que es», para forjarse a priori lo que puede pretender y obtener de las cosas. Y lo que es más grave, llegar a manipular la persona humana. Superar toda esta clase de apriorismos, inhábiles para el hallazgo de la verdad de la cosa en sí y maléficos como instrumento de manipula­ ción del hombre, es el intento primario del método fenomenológico, al acercarse a las cosas, para que nos digan lo que son y saberlas tratar según la respectiva graduación de su ser. En este camino de la fenomenología hacia el realismo de «lo que es», ha llegado a una alta meta la filosofía de X. Zubiri en su lema: «atenerse a las cosas». En un comentario a esta frase tan sencilla y tan profunda no hemos tenido reparo en escribir: «Clausura ella una época de pensar para iniciar otra. Clausura los atrevidos vuelos del pensamiento idealista y vuel­ ve de nuevo a acercarnos a la humildad de las cosas, para que estas nos revelen y nos desvelen lo que ellas so n » 11. Pero, ¿cómo las cosas se revelan, o desvelan, y muestran sencillamente lo que son en sí? Responder a esta pregunta es misión del segundo momen­ to del método fenomenológico: el más positivo y constructiva. En verdad, de poco nos serviría excluir de nuestra mente todo prejuicio aviejado e inservible, si no se nos enseña cómo ir a la cosa y verla tal como es. Para mejor lograr este supremo ápice del método fenomenógico Heidegger acude al procedimiento que se utiliza en la comprensión y goce estético de la obra de arte. Se sirve para ello del par de zapatos de una vieja campesi­ na, pintanos por Van Gogh. Ante ellos, ninguna necesidad de teorías, apriorismos o condicionantes. Tan sólo abrir los ojos: ver y... sólo ver. ¿Y qué se ve? Acotemos lo visto por Heidegger. «En la negra abertura del gastado zapato se avizora la fatiga diaria de la faena. En su burda pesadez, se ha estancado la tenacidad de la lenta marcha por los surcos que se extienden a lo lejos, todos iguales en un campo azotado por el aire inver­ nal. Bajo las suelas se desliza la soledad de las trochas y veredas a la caída de la tarde. En ese zapato vibra el apagado llamamiento de la tierra, el 10. M. HEIDEGGER, Ser y tiempo, México 1951, 32. 11. E. RIVERA DE VENTOSA, El método gnoseològico de Zubiri: «atenerse a las cosas mis­ mas», en Naturaleza y Grada 22 (1975) 268.

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