PS_NyG_1990v037n003p0411_0428

414 ENRIQUE RIVERA tu para contemplar, siquiera por unos instantes, la armonía del mundo con el artista eterno que la crea. Fray Luis sube aquí, a través del arte más delicado, a regustar la serenidad del Cielo. Qué inefable dicha poderle acompañar en su poema para hondamente sentir una de las más altas deli­ cias estéticas que acá abajo se pueden lograr. Esta evocación del poema, «Oda a Salinas », pone inicialmente bien en claro la esencia del método fenomenológico , que luego expondremos más detenidamente. Ahora debemos constatar con satisfacción que el alma de San Francisco nos brinda incontable cantidad de poemas, ya religiosos, ya estéticos, o ambos a la vez. Unos, pequeños como su amistad con el halcón que le despierte para sus rezos. Otros hondos y prolongados como su encuentro con el crucifijo que le habla. En todos estos poemas es de todo punto necesario distinguir las aclaraciones que nos pueden venir por el método histórico crítico y lo que nos dice el poema en sí mismo. Compren­ der esto último es lo que pretende el método fenomenológico al ponernos ante la realidad en sí, en toda su ingenuidad y transparencia. Pide, por tanto, este método volver a las cosas en sí mismas — «zu den Sachen selbst », según la ya clásica expresión filosófica—, para hacer que las cosas nos digan sencillamente lo que son. La esencia del método feno­ menológico pudiéramos resumirlo en esta breve y sencilla fórmula: «ense­ ñar a ver». Quiere devolvernos aquella actitud infantil que tuvimos «de niños». Es la actitud que pide en su introducción al filosofar M. García Morente: «El que quiere ser filósofo necesitará puerilizarse, infantilizarse, hacerse como el niño pequeño»7. Deberá eliminar, sobre todo, esos trans­ fondos y prejuicios que va creando la doblez humana en el transcurso del vivir. Contra esta doblez nos place ahora recordar que el filósofo Eugenio D’Ors ha enunciado este solemne principio metafísico: «En el principio era la apariencia»9, . Es decir; que en un principio las cosas eran como apare­ cían. Así en la primavera virgen de la que gozaron Adán y Eva en los días inmaculados de su existencia, al llamar a las cosas como estas eran, según atestigua la página bíblica. La madre Eva practicó más delicadamente este ejercicio con las flores, según cuenta Milton, pues se despide de ellas, camino del destierro, con estas palabras: «De mí recibisteis vuestros nom­ bres, oh flores que no veré...»9. En resumen; el método fenomenológico quiere volvernos a un estado de feliz inocencia mental. Quiere hacer de nuestro vivir una perenne fiesta 7. M. G arcía M orente , Introducción a la filosofía , M adrid 1943, Lección II, 22. 8. Eugenio D ’O rs , Nuevo Glosario , vol. IV, Madrid 1949, 156-8. 9. Jogn MlLTON, El paraíso perdido. Con un estudio biográfico y crítico por F. R. de Chateaubriand, Madrid 1945, 115. El pasaje aludido de Milton en el lib. XI del poema.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz