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LA FENOMENOLOGIA, METODO PREVALENTE EN EL ACCESO. 427 propia existencia surge inevitablemente la náusea. La trasuda el jardín en el que Roquentin, en vez de mira al árbol pujante en sus ramas, se fija tan sólo en las sucias y distorsionadas raíces cubiertas de bichajos y que se hunden en la gleba. Afirma que la náusea le ha cogido en el café, donde nadie se preocupa de nadie y donde el sexo se hace sentir en toda su vulgar bajeza. En la descripción de la vida en el café Sartre llega al colmo en aquel pasaje al que titula: «Onze heures de soir». Es intraducibie para toda alma delicada, que recordará la célebre sentencia de Séneca: «Ad mejora natus sum...». Lo más penoso de este cuadro es la proyección que la lujuria abyecta lanza sobre la limpidez del jardín vecino en que ya sólo es posible ver que «las anchas hojas de los árboles estaban negras de bi­ chos». Todo así se hace nauseabundo. Y a Roquentin no le resta más que confesar hacia el final de la novela de su vida: «No puedo decir que me sienta aligerado ni contento; al contrario, esto me aplasta. Sólo que alcancé mi objetivo... La Náusea no me ha abandonado y no creo que me abando­ ne tan pronto. Pero ya no tengo que soportala. Ya no es una enfermedad, ni un acceso pasajero: «SOY YO MISMO»35. Ch. Moeller concluye su penetrante auscultación de Sartre con esta reflexión: «Sartre no ha comprendido absolutamente nada del problema de la fe, porque toda su obra se opone a esta frase evangélica: «Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de D ios» 36. Pensamos que aquí se halla la raíz de la abismal descrepancia entre Sartre y San Francisco. Este sí se hizo niño por el reino de los cielos. Y Dios se lo recompensó con la ingenua lucidez mental que hoy, más que nunca, es la común admiración de todos. Sartre nunca comprendió lo que es ser niño. Fue demasiado hombre. Y desde su hombría ultra-estoica se encara con la Nada , en susti­ tución de Dios, para dar su abrazo a La Náusea. Por el contrario, el alma de San Francisco se alzó a Dios, sintiéndose acompañado de la creación entera, cuya minúscula porción era contemplada como espléndido reflejo de la Verdad divina. De donde concluimos que si la suprema pasión de Sartre fue un «NO», perennemente reiterado, la más encendida emoción de San Francisco consistió en un «SI», hecho sustancia de su vida, por el que iba a Dios, que vino a ser para él todas las cosas: Deus meus et omnia. Dos mentalidades opuestas nos han salido al paso. Hemos reflexionado sobre las mismas, no para condescender con lo que tiene de malsano una 35. Ibid ., 87. 36. Ch. MOELLER, Literatura del siglo XX y Cristianismo , M adrid 1955, II, 126.

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