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422 ENRIQUE RIVERA te... Por esto, concluye, la forma propia de la razón histórica es la narra­ ción; es una razón narrativa»21. Esta actitud es a todas luces un ataque frontal a los largos siglos en los que la filosofía —por su influjo también la teología— ha venido haciendo uso casi exclusivo de conceptos claros y precisos, articulados en sistema. Sería absurdo negar valor a este procedimiento. Menos que nunca ante la desbordada palabrería de hoy, incapaz tantas veces de decirnos «de qué», en resumidas cuentas, se trata. Pero este método escolástico de claridad y precisión no debe cegar a sus defensores para no ver la ínsita defiencia del mismo. Y por este motivo, la necesidad de completarlo. Gran tema en verdad nos sale al paso en el que ahora no es posible detenerse, pero del que es necesario tomar conciencia. Por el momento baste aducir un excelso motivo, muy para ser tenido en cuenta por todo pensador cristiano. Lo tomamos de la automanifesta­ ción bíblica que Dios ha hecho de sí mismo. Esta automanifestación corre desde la primera página del Génesis hasta la última del Apocalipsis. Pues bien; hoy la teología subraya que se trata de una «automanifestación histó­ rica de Dios que se verifica o por medio de la acción divina o por medio de la palabra divina y a veces por medio de las do s»22. Nos aturden los filósofos del día, recordándonos a toda hora que el hombre es constitutiva­ mente historia. Cierto que los defensores de los conceptos rígidos y siste­ máticos no han simpatizado con esta concepción del hombre como histo­ ria. Pero ahora resulta que los teólogos no tienen reparo en decirnos que Dios se ha automanifestado primariamente en la historia a lo largo de los milenios de su revelación. Hasta poder afirmar que Dios es para nosotros una realidad que se hace patente en la historia23. Y no se alegue que en la Biblia leemos un concepto metafísico de Dios cuando El, hablando con Moisés dijo de sí mismo: «Ego sum qui sum »2A. Pese a los incontables comentarios de este metafísico pasaje, hechos por los máximos doctores de la Iglesia, hoy saben hasta los alevines de la exégesis que Dios quiso decir con tales palabras que era «el fiel», el que estaría siempre firme en su promesa. Este era el atestado que el pueblo de Dios había de tener a perpetuidad muy en cuenta. Lo hacen patentes la descripción y narración del suceso. 21. Ibid.y 176. Amplía aquí el discípulo lo que había ya expuesto por su maestro Ortega en Historia como sistem a , p. 39-40. 22. Michael SCHMAUS, Teología dogmática I. La Trinidad de D ios , Madrid 1960, 26. 23. Cfr. W. E í CHRODT, Teología del Antiguo Testamento , Madrid 1975, II, 59-76. 24. Cfr. E. GíLSON, L ’esprit de las philosophie médiévale , 2.a éd., Paris 1944, 50.

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