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420 ENRIQUE RIVERA No puedo expresarse mejor la afinidad sensitiva entre Juan Ramón y San Francisco. Al mismo tiempo nos sentimos inmersos con esta poesía en la más pura transparencia de la palabra. Este transparencia es la meta del método expositivo que venimos proponiendo. Apena, con todo, tener que ultimar el relato de estas secretas afinidades con la advertencia de que el grácil acceso de Juan Ramón a la naturaleza y su compenetración con ella, se hallan impregnados de un vago panteísmo totalmente ajeno a la vivencia de San Francisco cuando invocaba al «Padre del sacro universo...». Pese a ello, este poeta debe ser para el sentidor franciscano un modelo incitante que le estimule a comulgar con las cosas y a expresar esta comunión en forma clara, tersa y sencilla. Esta misma transparencia de la palabra, en la que tanto insistimos, pide delicadamente J. M. Pemán, al iniciar sus canciones místicas. Se dirige a ella para increparla por haber sido muchas veces «tan sucia de oficios de mediador». Pero ahora se alegra de poder programar: «Unida irás al sentido de tu más honda intención, como la carne y el alma, como la luz y el calor. Por despedida le da este sabio consejo: «En agua de sencilleces haz palabra, tu ablución para decir lo indecible» ,8. Este clima de sencillez, transparencia y candor debiera respirar todo escritor franciscano. Sobre todo, al acercarse al alma de San Francisco. Entonces, más que nunca, debe cumplir el citado consejo: «en agua de sencilleces haz, palabra, tu ablución». Cuánto necesitamos de esta ablución ante la hipócrita palabrería que nos acosa por todas partes... Muy de notar es que este acceso a lo concreto ha tenido mal ambiente en el pensar clásico. Hasta llegar a declarar los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, que el individuo es «incognoscible e inefable». No es cosa de entrar ahora en la crítica de este fastidioso aristotelismo. pero nos place anotar que hoy la mejor filosofía, también la mejor escolástica, es decir, la que se atiene más al espíritu que a la letra de la gran tradición de las escuelas medievales, busca las vías de acceso a lo singular. Respalda esta 18. J. M. P em án , Las musas y las horas, Madrid, s.a., 337-338.

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