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ETERNO RETORNO EN LA MENTALIDAD ARCAICA 399 Acerquémonos ahora, a través de algunos textos de Nietzsche, a los aspectos más fundamentales de su eterno retorno tan esencialmente dife­ rente y en ocasiones opuesto al eterno retorno arcaico. Frente a la falta de sentido del devenir inmanente que expresa el eterno retorno arcaico, el eterno retorno de lo igual surge como afirmación de este devenir: «Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismo con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene este que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse... Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este ánguila, con esta serpiente —no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante: — vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el retorno de todas las cosas, — para decir de nuevo la palabra del gran mediodía... He dicho mi palabra, quedo hecho pedazos a causa de ella: así lo quiere mi suerte eterna, — ¡perezco como anunciador!»24. La elección de este fragmento paradójico, que casi podría considerarse híbrido del eterno retorno arcaico y del eterno retorno de lo igual, no es casual. ¿Pura repetición de esta vida idéntica? ¿Incompatible entonces con la afirmación del devenir? No; estamos ante una prodigiosa posibilidad de creación. Es la frontera entre saber y no saber. Lo vivido siempre repetido, siempre nuevo. Lo repetitivo es lo idéntico, aunque, en realidad, la propia repetición engendra una diferencia, con lo que nuestro «sí» aporta sentido al devenir. El pasado del hoy, también futuro del mañana, vuelve dedicado al mismo sueño, viajero eterno; es el vacío de toda intención de lo eternamen­ te entrelazado. El instinto ha sintonizado con el movimiento de la vida, trascendiendo el sufrimiento. Pero, ¿cómo soportar ese «gran año del devenir» en su incesante reco­ menzar? ¿Son, entonces, los valores trasmutados o hechos prisioneros de la existencia? 24. Id., A sí habló Zaratustra: ‘El convaleciente’, Madrid, Alianza 1985, 12.a reimpresión, 303-304; Vl/l, 272-273.

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