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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS EN ESPAÑA. 355 exangüe y disuelto» de los metodistas de las Luces. Su fe en la potencia del silogismo y su convicción de que constituía una suerte de arma nacional eficacísima contra «el veneno del libertinaje y de la impiedad», que se infiltraba «debajo de las flores de la erudición» en las obras de los enciclo pedistas, le arrancaba esta plegaria, digna de mejor causa: «ni Dios permi ta, ni V. A. consienta, por lo que a sí toca, que el espíritu de la novedad, o el de la adulación, o uno y otro, consigan extrañar de los dominios de España al silogismo»8. Aparte los recelos contra la posible musa ilustrada de los académicos aragoneses, en el dictamen salmantino late una cierta psicosis de reacción contra las críticas, nacionales o extranjeras, al estado de la enseñanza en su universidad, y también contra la esperanza, que ya acuciaba a algunos, de ver convertido el más célebre centro intelectual del país en el foco natural y modelo de la reforma, (el mismo sueño que, años más tarde, Jovellanos reduciría a ecuación no menos lapidaria que retórica: Sorbona-Bossuet = Salamanca-Tavira). Si alguna necesidad de renovación percibía, se le anto jaba minúscula y no concernía al «método de nuestros estudios». «Ni nues tros antepasados quisieron ser —afirmaba—legisladores literarios, introdu ciendo gusto más exquisito en las ciencias, ni nosotros nos atrevemos a ser autores de nuevos métodos, porque vivimos en la firme persuasión de que, observando nuestras leyes municipales, podemos aprender las ciencias sin dispendio de tiempo, y sin temor de haberle consumido en cosas inútiles». Debieran persuadirse quienes reprendían a Salamanca de que, si ésta no aceptaba la ruta abierta por los innovadores del magisterio o, como Ribera los llama, por «los Colones del buen gusto», no era por ignorancia, sino por los graves inconvenientes que en ella encontraba y, especialmente, por que gran número de sus claustrales vivían persuadidos de que «esta escuela es la reina madre de las universidades: aquí se aprenden bien las ciencias, y de aquí se deriva a otros estudios la doctrina, y el más calificado método de enseñanza». De esa manera, lo que el Consejo había pedido como simple parecer acerca del proyecto zaragozano, se conviritó en ataque al modernismo del momento en materia de enseñanza universitaria y en defensa de la propia tradición. Ni es aventurado leer en el veredicto salmantino una solapada adver tencia a quienes, en nombre de la instrucción pública nacional, se iban arrogando, en Madrid, todas las atribuciones sobre la misma, con merma de la rancia autonomía universitaria. 8. Ibid., f. 157.
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