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354 GERMAN ZAMORA cánones de la crítica les orientarían, él no dudó en ponerlos sobre el tapete: no podían ser otros que los del enciclopedismo, encaminados a provocar, en el fondo, una revolución o «reforma universal», con peligro de suscitar una sociedad de «sabios por el atajo», con una «infarinatura de todas las letras», cuando no una caterva de charlatanes presumidos e intolerantes5. Pero, además, se escondía en el proyecto algo de que quizás ni sus autores se percataban. Si era plausible mejorar la enseñanza con las adqui­ siciones válidas de la ciencia moderna, en la universidad se correría a la larga el riesgo de destronar a la teología del sitial soberano que ocupaba en ella desde su fundación y, lo que era más peligroso, de tener que oficia­ lizar en ella la «filosofía» no escolástica. Por eso, él, a la vez que se mostraría partidario de una renovación completa del estudio de las humanidades, y no se resistiría a la del de la medicina y sus ciencias auxiliares, juzgaba inadmisible la del de la teología y filosofía, «mientras no se mude el destino de las universidades de España, cuyo instituto es afianzar y defender el catolicismo, instruir al Estado y dar luces a los que gobiernan la república»6. Más aún, sobre cambios en la enseñanza teológica, prefería mantener la pauta hostil marcada por Sala­ manca cuando le proguntó el Consejo en 1713, bajo la fiscalía de Macanaz, por qué no enseñaba dogmas e historia de los concilios. Según Ribera, el claustro convenció entonces al demandante, por medio de una respuesta digna de la materia, de quien la daba y del que la recibía, de «la necesidad de mantener su método, y de los graves y quizá irreparables perjuicios que resultarían de alterarse». En cuanto a la filosofía moderna, Ribera la dividía en dos, rechazando la que llamaba especulativa y doctrinal ’ y mostrando apertura hacia la otra, «porque en la parte experimental y mecánica no podemos negar se debe a los modernos gran copia de felicísimos descubrimientos, en que interesan muchas luces la medicina y otras facultades». En cambio, consideraba «el día en que se introduzca esa filosofía, en cuanto a lo especulativo y doctri­ nal [...] época funestísima del menoscabo de la santa teología y de la ruina de toda la Ig lesia»7. En la universidad española debía, por tanto, seguir imperando la escolástica y su método silogístico, vibrante de razones y de vida, y muy superior por ello al «cortesano y flúido, sí, pero lánguido, 5. AUSal ms. 25 f. 150v. 6. Ibid, f. 157. 7. Ibid., f. 153. En gran parte de esta diatriba contra el método de los modernos y en pro del escolástico Ribera polemiza con Luis Antonio Vernei y su Verdadeiro método de estudiar para ser útil a República e a Igleja, proporcionado ao estilo e necessidade de Portugal (Valensa 1746), del que dice que «haciendo poco que salió al mundo, ya está en el medio día de sus lucimientos» (Ibid., f. 157). Era traducido al castellano en 1760.

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