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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS EN ESPAÑA. 353 Utilizaría de instrumento para lograrlo la crítica de los abusos y defectos que se apreciaban en las publicaciones sobre tales materias y en la enseñan za de las mismas, con la esperanza de indicar los medios y correctivos convenientes. El resultado último que se prometían, proporcionaría nuevas «luces y métodos» para la perfección de cada ciencia y arte en particular. Ya a simple vista podía caerse en la cuenta de que proyecto tan abarca- dor interfería frontalmente con el estamento universitario. Recibida la encomienda del Conesjo, el claustro salmantino confió a una comisión el examen de aquellos ambiciosos estatutos a nombre de la universidad. Entre los elegidos sobresalía Manuel Bernardo de Ribera, tri nitario calzado y una de las personalidades más relevantes del claustro, experta en comisiones similares4. Denominó su informe, leído en el pleno del 23 de febrero de 1760, Dictamen sobre la ruidosa Academia universal que, con el título del Buen Gusto, y para reforma de todas las ciencias y artes, solicitan fundar algunos caballeros y literatos de Zaragoza. Había en ese título, para un buen entendedor, ciertas resonancias del mismísimo de la Enciclopedia, aparte de cierta ironía. El informado olfato de Ribera las captó fácilmente y, si los zaragozanos se guardaban de manifestar qué de Salamanca, coleccionados por los empleados de la biblioteca de dicha universidad por orden del vice-rector Esteban María Ortiz Gallardo (1859). Dichos empleados lo dataron, sin duda por lapsus, en 1660; el dictamen lleva esta apostilla, muy decimonónica: «Es documento degradante para la universidad». 4. Entre otros dictámenes debidos a la pluma de este oráculo de su alma mater, recorda mos el emitido sobre el establecimiento de una academia de matemáticas por iniciativa de Diego de Torres Villarroel y de su nepote Isidoro Ortiz Gallardo, «catedráticos jubilado y actual» de las mismas (1758-1762; Colección de los reales decretos, 9); id., sobre la fundación de una sociedad de latinidad y elocuencia en Madrid (1754-1756), de contenido más afín al que nos ocupa. Este erudito teólogo afirma en su juicio sobre dicha academia de latinidad haberse leído, «no ahora tumultuariamente, sino de antemano y con sosiego, a más de veinti cinco críticos entre antiguos y modernos», sobre reforma del método de estudios. Le parecía empresa tan rentable como difícil: «Prescribir método de estudiar, así como es uno de los mayores beneficios que puede hacer un sabio a su patria, así también es el proyecto más arduo, para cuyo desempeño se necesita muchísima penetración, mucha opulencia de literatu ra, igual reflexión y un profundísimo conocimiento no sólo de ciencia y libros, sino de países, genios, costumbres y todas las alteraciones y varia fortuna que han padecido las letras y cuantos las han cultivado». Su voto fue favorable a la erección de la academia matritense de latinidad, en la que veía probablemente un dique contra «la generación de los bárbaros, que tanto desdoran nuestra nación, haciéndola el ludibrio de las extranjeras» (AUSal ms. 25 ff. 137 y 141). Datos biobibliográficos elementales sobre Ribera y otros catedráticos coetáneos de teología en Salamanca pueden verse en Daniel Simón R e y , Catálogo de catedráticos de la facultad de teología de la Universidad de Salamanca en el siglo XVIII, en Salmanticensis 9 1962) 341-347 y en Las facultades de artes y teología de la Universidad de Salamanca en el siglo XVIII, Salamanca 1981, 300-306 (donde se describen otros ejemplares de estos dictámenes); en esa obra y en la de Julián MARTÍN A b a d , Contribución a la bibliografía salmantina del siglo XVIII: la oratoria sagrada (ibid., 1982) se hallan noticias ilustrativas sobre otros muchos catedráticos coetáneos de teología en aquella universidad.
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