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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 175 (Jn 7, 47s). Tal vez el representante más cualificado de este grupo de creyentes vergonzantes fuese Nicodemo (Jn 3, 2). En el «sabemos», con el que se dirige a Jesús, se oculta un grupo seriamente interesado por Jesús, pero que no se atrevía a confesar públicamente su interés12. ¿Cuál fue la causa de que estos creyentes fuesen vergonzantes o de que mantuviesen su fe en la clandestinidad. Lo afirma el mismo evangelio: el miedo a la exclusión de la sinagoga, a la excomunión, y la preferencia de la gloria de los hombres sobre la de Dios. ¿Qué significa esto en un lengua­ je más cercano a nosotros? La exclusión o excomunión de la sinagoga llevaba consigo graves perjuicios: los herejes eran tratados como los paga­ nos, que no merecían mejor consideración que el ganado menor. En conse­ cuencia, los afectados por el decreto de excomunión perdían su situación social. Lógicamente, los más perjudicados eran la clase alta, los magistrados fariseos, lo que mejor posición social tenían. La confesión pública de la fe cristiana o la simple manifestación de su simpatía hacia ella, significaba para ellos la pérdida de su posición social y de todos sus privilegios. Estas consecuencias tan graves —las de siempre ante causas análogas— convir­ tieron en vergonzantes a aquellos creyentes. En el lenguaje del evangelista esto equivalía a preferir la gloria de los hombres a la de Dios. La comunidad joánica, sometida a presiones y persecuciones más o menos veladas, estaba más que necesitada de la solidaridad y del apoyo de sus correligionarios influyentes y poderosos. La situación precaria de aque­ lla comunidad cristiana explica en buena medida la insistencia en el man­ damiento del amor, que no puede reducirse al cumplimiento con la con­ ciencia individual que impone determinados actos de amor. El manda­ miento cristiano del amor debe manifestarse en una figura social, la comu­ nidad de unos hermanos solidarios. Esto lo sabían muy bien aquellos ma­ gistrados que habían creído en Jesús. Lo saben muy bien los creyentes «importantes» de siempre. Pero no se atrevieron —no se atreven— a ser coherentes con las exigencias de la fe. Y la tergiversan. Prefirieron la gloria de los hombres a la de Dios. La gloria de los hombres significaba entonces —lo significa siempre— colaboracionismo y silencio, aprovechamiento de la situación social en que uno vive; mientras que la gloria de Dios significa­ ba entonces —lo significa siempre— solidaridad con el necesitado y con el perseguido, sobre todo con el perseguido a causa de su fe, incluso con el 12. J. B. BAUER, Diccionario de Teología Bíblica , Barcelona 1966, col. 394; K. WENGST, Der erste, zweite und dritte Brief des Johannes en GTB, Giebenstern, Würzburg 1978, 50; J. BECKER, Das Evangelium des Johannes , en GTB, Siebenstern, Würzburg 1978, 131-132.

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