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254 FELIPE F. RAMOS en su propio campo, en la misma esfera del pecado. El pecado actúa en el ámbito terreno-corporal al que pertenecen todos los hombres. La irrupción del hijo de Dios en esta esfera quitó al pecado su poder universal. La existencia humana en cuanto tal perdió su dimensión anti-divina. Este he­ cho es el que hizo compatible el «vivir en la carne» y no vivir «según la carne» (Rom 8, 4. 9. 10. 12. 13). La existencia cristiana se vive en la tensión de la carne en su doble aspecto de aceptable y condenable. San Pablo lo expresa así: Pero llevamos este tesoro (la revelación de Dios en Cristo, que ha llegado hasta nuestros corazones) en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra (2 Cor 4, 7). La tensión entre vivir en la carne y no vivir según la carne refleja la paradoja de la vida cristiana: existencia en el mun­ do en constante tensión para no «mundanizarse», viviendo el proceso ince­ sante de la «desmundanización», de no dejarse atrapar por los criterios determinantes del «mundo», que es un vocablo distinto de «carne», pero que indica la misma realidad (Fil 1, 22-24). Vivir según el Espíritu significa orientar la vida teniendo en cuenta no las propias posibilidades, sino la oferta de Dios en Cristo, como principio de salvación y de realización total. Cuando piensa las cosas el apóstol Pablo dice que, para él, sería mejor morir, porque esto le llevaría a vivir plena­ mente o estar en Cristo y con él. Esto significaría la superación total de la carne. Pero, por los hermanos, por la comunidad, por el servicio al Reino, debe permanecer en la carne, viviendo entre los suyos, desarrollando todas las posibilidades humanas que se hacen tanto más necesarias cuanto más consciente se es de vivir de la gracia habiendo superado la «carne». Textos como algunos de los citados de Pablo nos harían pensar que la «carne» es la causa última de todos los pecados. Sin embargo, para él, las cosas no son tan sencillas; no terminan ahí. La «carne» es la causa de las concupiscencias y de los pecados sólo en la medida en que se halla al servicio de un poder superior a ella llamado «Pecado», amartía. La carne o el cuerpo de pecado (Rom 6, 6) es llamada así porque es instrumento del Pecado. Para Pablo la causa última de los pecado no es la carne, sino el pecado-amartía111. En su encíclica sobre el Espíritu Santo, Juan Pablo II se manifiesta así sobre la «carne»: Es parte de la contraposición entre la «acción del Espíri­ tu Santo» y «la resistencia y oposición a él», a su don salvífico. La resistenia al Espíritu Santo, lo que san Pablo llama «caminar según la carne», lo traduce Juan Pablo II como el «materialismo», ya sea en su forma teórica 111. D.B.S. VII, col. 503.

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