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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 247 de explicar en qué consistían tales tradiciones humanas (los fariseos, y los judíos en general, no comen sin haberse lavado las manos y haber practica­ do otros ritos de purificación...). Al hacerlo, nos obliga a pensar en unos lectores que las desconocían. ¿De qué lectores se trata? Habría que pensar que no se trata de lectores judíos, ya que éstos conocían dichas costumbres. Por tanto, la explicación supone el evangelio ya abierto al mundo pagano, al mundo romano, donde dichas tradiciones eran observadas comúnmente por los judíos romanos en los que el cuño fariseo era muy fuerte. Por otra parte, esto nos hace pensar que el ritualismo estaba muy ex­ tendido por todo el ámbito geográfico en el que se extendió el cristianismo durante las primeras décadas de su existencia. Y que los anunciadores del evangelio encontraron en él un serio obstáculo para que fuese aceptada su predicación de la libertad cristiana. Obstáculo que, de una manera más velada o más clara, se halla siempre presente. La aplicación implacable de las «doctrinas humanas» marcaba la mani­ festación externa de la religión en un exasperante ritualismo legalizado. Pablo como buen fariseo, conocía este aspecto, esta «debilidad» de la ley judía y, por eso, a partir del encuentro con Cristo, reaccionó contra él, situándose en el nivel de los principios universalmente válidos, como es su costumbre cuando aborda alguna cuestión por muy particular que sea (Rom 14, 14. 17. 20b 21). Para Pablo, la observancia ritual únicamente tiene sentido y razón de ser cuando se trata del mal ejemplo que los «débiles» pueden recibir. Con la misma seriedad expone su pensamiento cuando escribe a los Corintios (1 Cor 8, 4. 7-9). La religión que surge de la «doctrina humana» lleva a una caricatura de la verdad religiosa. La misma glosa explicativa de los versículos 4-5 sobre la práctica de los fariseos lleva implícita una condenación de tales costumbres en cuanto exponente de la verdadera religión. Debe ser mencionado también el contexto salvífico en el que debe ser enmarcada toda la sección. Se halla subyacente el pensamiento de la elec­ ción y el principio determinante de la misma. Dios eligió a su pueblo por pura gracia, no por su poderío religioso o político-militar (Deut 7, 7-11). Desde el principio de la elección se deduce fácilmente que el poder libera­ dor, en toda su profundidad, no reside en el hombre; ni la salud-salvación ni la verdad se hallan en él. Todo esto «le viene de fuera»: No me elegisteis vosotros a mi; fu i yo el que os elegí a vosotros (Jn 15, 16). A los contextos literario, histórico y salvífico, habría que añadir el con­ texto remoto en el marco general del evangelio. El texto fundamental: Nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda mancharle. Lo que

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