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174 FELIPE F. RAMOS dirigentes de la comunidad cristiana. Cuando hayan hecho todo lo que tenían que hacer, su más alta satisfacción debe ser la del deber cumplido: somos siervos inútiles. Esto significa que el hombre no debe presentarse ante Dios con facturas en las manos; no debe acercarse a él con exigencias de ningún tipo n. Dios remunera a sus siervos en mucha mayor cuantía de lo que éstos pueden imaginarse. Pero lo hace porque es Dios; porque se mueve desde su absoluta gratuidad; porque aplica la gracia del perdón, de la conversión, de la vocación. El hombre deber ser consciente de que sus méritos ante Dios son los de aquel que responde positivamente a la gracia preveniente de Dios. ¡Y no es poco! ¡Claro que no! I. L a fe « in t eresad a » 1.1. La f e «muda» Los perros que no ladran son amenazados por no cumplir con su obliga­ ción (Is 56, 10). Son todo un símbolo. En nuestro caso simbolizan a los creyentes que no manifiestan su fe, sino que la ocultan; a los cristianos vergonzantes. La fe, al orientar la vida en una dirección determinada, obliga a hablar, a explicar el modo de vida elegido y los principios o criterios de discernimiento en la evaluación de los valores que la integran. Esto equivale a una condenación formal de los creyentes «vergonzantes». Los llamamos así porque, implícitamente al menos, así son designados en el evangelio de Juan: A pesar de todo, fueron muchos, incluso entre los magistrados judíos, los que creyeron en Jesús. Sin embargo, no se atrevían a manifestarlo pública­ mente a causa de los fariseos, por miedo a ser expulsados de la sinagoga. Porque preferían la gloria de los hombres a la de Dios (Jn 12, 42s). El grupo de creyentes denunciado por el evangelio de Juan es bien significativo y anticipativo. Representa al creyente calculador que no arries­ ga nada por su fe; que intenta hacer compatible su fe con las ventajas derivadas de ocultarla ante aquellos que pueden perjudicarle a causa de la misma; a aquellos que saben nadar guardando muy bien la ropa. Aquellos magistrados que habían creído en Jesús (al menos con una fe incipiente) supieron ocultar su fe con tal habilidad que ni siquiera los fariseos —que eran la clase dirigente del judaismo cuando fue puesto por escrito el cuarto evangelio— se habían dado cuenta de que eran creyentes 11 . Ibid., 349 .

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