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244 FELIPE F. RAMOS Volvamos al texto de Marcos. A propósito de esta segunda sección o intervención de Jesús cabe destacar tres principios importantes: 1.° La concepción estrecha de la religión como un sistema lógico de verdades, reglas y creencias —en lugar de la vida de Dios en el interior del hombre y en lugar del amor al prójimo— lleva al endurecimiento deshuma nizante del corazón. 2.° Es un buen ejemplo de cómo la religión puede convertirse en excu sa para evadirse de obligaciones graves. Por entregar unas monedas al templo, dejar de cumplir la obligación primordial de ayuda a los padres necesitados. Jesús lo condena sin paliativos. La religión debe impregnar la vida y nunca ser sustituto de la misma. 3.° La fidelidad al juramento de ofrecer determinadas cantidades al templo —¿el tributo del Korbán?— demuestra otra actitud no menos con denable en el cristianismo: el interés por el engrandecimiento de las institu ciones a costa de renunciar a denunciar la miseria humana. Las institucio nes prevalecen sobre las personas. Es otra «doctrina humana» que va en contra de la doctrina divina ya que, en la predicación de Jesús, el centro de gravedad es la persona, no la institución (Me 2, 27): el sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado). VI. P resen t a c ió n a c t u a l d e l pr o b l em a El planteamiento actual del problema no puede ser el mismo que se hizo en tiempos de Jesús. La mentalidad de aquella época relacionaba, de una forma espontánea, todos los problemas que acuciaban al hombre con la dimensión religiosa del mismo. Nada podía explicarse ni resolverse sin acudir al campo de la religión y a determinados ritos nacidos de ella. El planteamiento del hombre moderno es distinto: él ha llegado a la mayoría de edad y es el señor del mundo. Nos estamos refiriendo al fenómeno de la secularización. En este mundo nuestro, el hombre ha tomado conciencia de su propia responsabilidad en el campo de su competencia. Es el aspecto legítimo, incluso necesario y promovido por la Biblia de la secularización: Dios y el mundo son dos realidades distintas, que no deben mezclarse. Desde el momento de la creación Dios entregó su obra al hombre (Gen 1, 28). El problema entonces será si en el mundo secularizado hay o no espa cio para Dios. En caso afirmativo se cumpliría el ideal paulino: Por tanto, que nadie presuma de quienes no pasan de ser hombres. Porque todo es
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