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240 FELIPE F. RAMOS Aunque la Escritura era la máxima autoridad —en el sentido teórico lleva ba la palma— en la práctica no influía tanto como la tradición, las tradicio nes humanas o la enseñanza humana. El afirma la novedad de su predica ción en comparación con el AT y con el judaismo. Jesús mantiene una clara independencia frente a la Escritura. Tanto es así que no deduce su enseñanza de ella, sino que la aduce como confirma ción de la misma. Jesús comienza sus dos intervenciones, en el caso que nos ocupa, de forma irónica: «Bien» profetizó Isaías de vosotros... (v. 6); «Qué bien anuláis...». Esta ironía consiste en que los guardianes de la tradición son juzgados y condenados por la Tradición. En la colisión de ambas tradiciones: «la de los mayores o vuestra tradición» es descalificada por Dios mismo, por la Tradición. En la primera de sus manifestaciones (Me 7, 6-8), el centro de gravedad de la cita de la Escritura es una mínima parte de la misma: ...enseñando doctrinas que son preceptos humanos (Me 7, 7b). Ese es el aspecto que le interesa de la cita, como lo pone de relieve el v. 8: Vosotros dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres. La cita de la Escritura afirma el hecho que enseñan preceptos humanos. No aduce prueba o ejemplo alguno que confirmase su enseñanza. Aunque el centro de gravedad sea el mencionado, la cita de Isaías demuestra que la «enseñanza humana» o las prácticas devocionales inven tadas por el hombre en el antiguo pueblo de Dios no agradaban a Dios. No eran capaces de acercar el hombre a Dios. Los hombres se engañaban cuando creían lo contrario. Con todos sus esfuerzos religiosos: «Este pue blo me honra con sus labios... En vano me dan culto», el hombre permane ce en sí mismo, apoyado en su mentira, hundido en su pecado. Teórica y prácticamente se cree poderoso ante Dios. Sin embargo, Dios descalifica una adoración que no tiene como base a Dios mismo, sino que parte del hombre: «en vano me dan culto, enseñando doctrinas que son preceptos humanos». Es el juicio objetivo que Jesús pronuncia sobre el esfuerzo hu mano realizado al margen de la referencia a la Tradición. Subjetivamente dicho juicio puede mitigarse desde la buena fe 88. Jesús no había aducido pruebas o ejemplos que confirmasen su ense ñanza. Por eso hacía necesaria una segunda intervención (Me 7, 9-13). En ella, Jesús manifiesta su doctrina y luego aduce un ejemplo de la Escritura tal como era interpretada por sus contemporáneos. Para él la Escritura no es la autoridad suprema. Esta la ostenta él mismo. Y no tiene inconvenien te en exponer una doctrina que se aparta de la Escritura e incluso que 88. W . S ch m ith als, o. c.} 347.
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