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238 FELIPE F. RAMOS nuestros obispos por la ley de la enseñanza (LOGSE). Y comentaba «la súbita preocupación de los obispos por el bien espiritual del tierno estu­ diantado». Antes, hace muy poco, no se preocuparon por denunciar los excesos cometidos en algunos colegios religiosos en los que se distinguía y dividía el alumnado entre «finas niñas de pago y la morralla de las menesterosas gratuitas. Y estigmatizar a las Pobres con un ritual de indig­ nidades: desde llevar un uniforme distinto hasta tener que entrar al colegio por otra puerta, pasando por sentarlas en un gueto al fondo del aula o incluso, en algunos casos, utilizarlas como verdaderas criadas de las ricas y del colegio...». III. O po sición a la pa la br a de D ios Ya dijimos que no existe en el interior del hombre un verdadero prin­ cipio de salvación y de plena realización. La revelación divina no se halla depositada en su interior. En el fondo de la cuestión se trata de eso, de la revelación divina. ¿Es el hombre portador de la misma? El texto del v. 15 responde nuestros interrogante negando dicha posibilidad. Lo que sale del hombre es el pecado: Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia, insensatez. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre (M 7, 20-23). En este contexto de tinieblas, la luz de la revelación no se halla deposi­ tada en su interior. El hombre es incapaz de hacer brotar la revelación divina de su interior86. Lo que hay en su interior es pecado (Rom 3, 23) y mentira (Sal 116, 11). De dicha fuente sólo pueden brotar aguas emponzo­ ñadas, algo impuro y que impurifica al hombre. La posibilidad de las aguas cristalinas y salvadoras la ofrece Dios mediante su revelación (1 Cor 2, 6s. 10. 12-13). La colisión de las tradiciones humanas con la palabra de Dios no es considerada por el evangelista en el terreno de la especulación. No se pregunta, por ejemplo, si el hombre de los orígenes fue capaz de alcanzar la revelación o la verdad o si las poseyó alguna vez. El se manifiesta sobre la realidad concreta y presente, y afirma que «lo que sale del hombre es lo que contamina o impurifica». El hombre se conoce muy imperfectamente desde la consideración de sus propias posibilidades. Su verdadero conoci- 86. W. S ch m ith als, o. c., 345.

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