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DESFIGURACION DE LA VIDA CRISTIANA 237 mente en un plano de igualdad con Dios: sus relaciones eran las de la estricta justicia. Un buen ejemplo tenemos en la poenitentia tarifada. Según ella, la ofensa como siete o como diez requería la satisfacción proporciona­ da de siete o diez. ¿Tiene esto algo que ver con la teología de la gracia? ¿Puede imaginarse siquiera que la relación con el Dios «gracioso» haya sido impuesta desde la concepción del Dios «justiciero» y casi vengativo? 2.° El absoluto control de la celebración litúrgica, determinada por leyes implacables, que debían ser observadas «ubique terrarum», sea como fuese la mentalidad de otras comunidades cristianas. El principio no fue el de una adaptación pedagógica elemental a las distintas comunidades con sus formas características de expresarse. Suponemos, naturalmente, unos principios generales que deben ser tenidos en cuenta a la hora de celebrar el misterio cristiano. Pero, salvados éstos, la iniciativa de cada región o país debía haber tenido una importancia decisiva. Frente a esta obligada actitud humana y cristiana el único principio universalmente válido era el de si non vis erratum, lege coloratum. Lo que no se ajustase a la norma era un error. ¡Menos mal que, al menos en esta ocasión, donde dice «erratum» no leemos «peccatum», aunque también de medir eso se encargaron los moralistas! 3.° La precisión exacta de todos los pormenores en relación con el «Oficio Divino» o «litúrgica de las horas» a las que el «obligado» lo estaba en razón del beneficio que ostentaba y de las ganancias que el mismo le procuraba. Eso sí, con la obligación grave en conciencia de recitar todas «las horas». La omisión de una sola constituía pecado mortal. Sólo algún progresista rebajaba a venial el no haber recitado alguna hora «menor» o las Completas. Las relajaciones de ahora, ¿no habrán venido de los rigo­ res de entonces? 4.° La intromisión irrespetuosa en el terreno matrimonial, determinan­ do dónde y cuándo debe construirse ese santuario, qué materiales son aceptables y cuáles rechazables, el tiempo adecuado para su inauguración, las imágenes que deben adornarlo y el lugar en el que deben ser colocadas. 5.° La protección escrupulosa del tabú sexual con más prescripciones y prohibiciones que las inventadas por los rabinos para garantizar la obser­ vancia del sábado como día sagrado. Sólo algún arriesgado moralista mani­ festaba, con voz débil y entrecortada, su tremenda osadía al admitir parve­ dad de materia en algún caso excepcional o en determinadas circunstancias extremas. ¡Era una forma intolerable de abrir la puerta al laxismo! 6.° Hace todavía pocos días (Diario «El País», 7 de abril de 1990, bajo el título «Prelados») la periodista Rosa Montero se sorprendía del celo de

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